La vida es tan generosa que constantemente va ofreciéndonos
sus dádivas a lo largo de nuestro caminar, como migas de pan señalatorias o
como las pequeñas recompensas en un juego electrónico. Podemos ignorarlas
porque no despiertan nuestro interés y no les damos valor, o recogerlas para
darles un uso material, emocional, espiritual, para enriquecernos y seguir
avanzando.
En ocasiones ocurre que esos ‘regalos’ se nos presentan con
forma de piedra, clavo, astilla, o simplemente de boñiga. Entonces la cosa
cambia. Nuestra percepción se torna en un “también es mala suerte…”. Llegan los
tropiezos, las heridas, el dolor, el cansancio, las quejas y quizá hasta el abandono.
La relación con el mundo, incluso con nosotros mismos, cambia. Es inevitable.
Ante la adversidad, llámese contrariedad, infortunio,
desventura, desgracia o fatalidad, podemos adoptar la tendencia de dejarnos
arrastrar por la espiral, ésa que como un remolino líquido nos empuja hacia el
fondo de nuestra zona oscura. Por cierto, ahí no se está mal. Es un lugar
tranquilo, más bien aburrido, pero provoca un cierto consuelo placentero.
La otra opción, la más recomendable, consiste en actuar.
Cambiemos el chip. Con la piedra, el clavo y la astilla hagamos una escultura.
El agujero en el zapato será la excusa para comprarnos unas buenas botas. Si la
boñiga es curiosa, la inmortalizamos en una foto para enseñársela a los amigos
y reírnos un buen rato. Si el dolor es muy grande, no pasa nada por gritar, a
lo mejor descubrimos una buena voz para el canto, o podemos traducirlo en una
obra escrita futuro premio Planeta, quién sabe.
Si te acompaña alguien en tu camino tortuoso, tienes suerte, mucha suerte. En
cambio, si tu viaje es en solitario y no puedes continuar tú solo, no lo dudes,
llama, pide ayuda. No sabes la cantidad de gente dispuesta a echarte una mano.
La vida también nos da lecciones, avisos, y oportunidades. Y
de todo se aprende algo. Hasta a vivir.
7/11/2020
[Imagen: Yo. Por mí misma.]
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