Últimamente ha llamado mi atención una expresión oída de la boca de gente relacionada con teatro, cine y otras artes visuales, que dice así: romper la cuarta pared. Admito mi ignorancia en según qué cuestiones y, como mi curiosidad siempre gana, suelo aprovechar este espacio comarcal columnero para comunicar lo descubierto, meditando someramente sobre ello y tratando de aplicarlo o relacionarlo con algún tema actual. La noción de “cuarta pared” fue utilizada por primera vez en el siglo XVIII francés por Denis Diderot, remitiendo a la pared imaginaria que separa la escena teatral y el salón de butacas. Para poder interpretar, el actor recrea esa pared imaginaria como si estuviera efectivamente delante de ella y así separarse del mundo real representado por el público. Y el público, por su parte, acepta esa cuarta pared como invisible para poder entrar y creer el mundo imaginario recreado por los actores. Pero, como todo en la vida, puede romperse o derribarse deliberadamente. Así, ‘romp
Resulta apabullante la facilidad con la que en los medios nos hablan de esta cifra redonda, mil millares según la rae, mil miles para que nos entendamos, un uno seguido de seis ceros, un millón. Si hablamos de dinero contante y sonante, léase euros o dólares, a una se le desborda la capacidad cognitiva cuando se dice en plural: millones, pues viene a ser algo inalcanzable para los normales de a pie, que no manejamos presupuestos ni municipales, ni autonómicos, ni estatales. Y las cifras corrientes que solemos barajar no sobrepasan, salvo en contadas ocasiones, las 3 ó 4 cifras. Como mucho, usamos ‘millones’ para expresar en sentido figurado las veces que hemos dicho una cosa a alguien, la cantidad de litros de agua que se desperdician, el número de habitantes de un país, los que nos puede tocar en la lotería, cosas así… Pero cuando se oye o lee la noticia de que algún político se ha agenciado una vivienda de un millón de euros, o que un mindundi de cargo ha cobrado una comisión de vari