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Opinarse encima



Las dualidades conviven en el mundo desde que lo es. Cualquier dualidad que se precie, incluye la complementariedad, es decir, uno necesita del otro, ambos coexisten porque se tienen y sostienen. A nivel de comunicación, que me interesa especialmente, el asunto no se queda atrás, y así hay locutores y radioyentes, actores y público, presentadores y presentados, escritores y lectores. Unos sin los otros carecen de sentido. Y viceversa. Amor recíproco.

Y llegamos al territorio de los opinadores. Ay, ése es otro cantar. Porque, por lo general, son sujetos invitados a opinar, bien sea por un programa de tv, de radio, una publicación periódica o simplemente son autónomos en redes digitales. ¿Quién es su complementario? ¿Quién los necesita? ¿A quién necesitan ellos? Complicado. 

Emitir una opinión sobre un asunto conlleva problemas. El principal es el propio acto de opinar. Se comienza internándose con precaución en sendas desconocidas y, si se baja la guardia, se puede pecar ejerciendo de censor, sentando cátedra y hasta apropiarse del agua bendita. El peligro de arrancar con moderación y terminar pretendiendo imponer una tendencia, un modo correcto de pensar u obrar, una realidad manipulada por el opinador, el peligro, digo, está ahí, al acecho. La frontera entre el territorio de análisis-pensamiento-transmisión de ideas y la tierra poblada de adiestramiento-juicio-imposición es delgada.

Otro problema: cuando la opinión se convierte en adicción. Los profesionales requieren un opinódromo, los aprendices tan sólo una cuenta de twitter, facebook o suscripción a un periódico digital. En ambos casos se puede pasar fácilmente de opinar una vez al mes a hacerlo a diario, por una ansiada necesidad de hablar o comentar de cualquier asunto, aun con desconocimiento abrumador del mismo, sólo por demostrar presencia continua, estar en el candelero de la actualidad. Va intrínseca una avidez de droga dura, la del reconocimiento a través de ‘likes/megusta’ o simplemente de respuestas, aunque sean rebatientes. Eso suavizará el síndrome de abstinencia. Y quizá los mismos ‘respondones’ cumplan el papel de complementarios y sumerjan al solitario opinador en la dualidad anhelada, amantes al fin.

El opinador también corre el riesgo de acumular excesivo líquido informativo, a veces de escasa calidad y sin filtrar, y no tener tiesto que regar, oídos que alimentar con su sabiduría, porque los suyos están cerrados y no permiten trasvases. Entonces ocurre lo peor: no tiene más remedio que opinarse encima. Los hay y cada vez más. Una especie sobrepasada en sí misma de la que hay que huir.

Sí, éste es un artículo de opinión independiente. Suelo escribir varios al mes, no más de cuatro. Los lanzo en mi blog y uno va publicado en La Comarca. No es que quiera tirar piedras sobre mi tejado, aunque lo pareciera. Pero de cuando en cuando merece la pena realizar una autoevaluación reflexiva sobre la materia en la que se invierte trabajo, tiempo y creación. Todos pecamos. Y si alguna vez me opino encima, mea culpa. Huyan de mí. Pero vuelvan.

[Imagen: "Clothespin sculpture". Mehmet Ali Uysal

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 21/04/2023]


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