En uno de los primeros cursos que realicé en la Escuela de Artes de Zaragoza me topé con una asignatura extraña. Se llamaba Naturaleza, materiales y tecnología. Recuerdo perfectamente a la profesora: de aire algo hippy, como risueña y triste a la vez y con la mirada enfocada al infinito muy a menudo. En su ensimismamiento, de repente reaccionaba clavando los ojos en cualquiera de los alumnos, a la vez que formulaba una pregunta seria, para hacernos reflexionar. Casi a principio de curso y tras una larga disertación sobre el porqué de la belleza de algunos objetos y la fealdad epatante de otros, nos pidió que realizáramos un trabajo especial sobre la proporción áurea en relación con lo bello. Reconozco que el tema me subyugó. Revisé mis apuntes y, sin tener una enciclopedia o un libro a mano en consonancia con el asunto [claro, recordemos que entonces no existía la red para navegar en busca de información], comencé a observar a mi alrededor. En el reducido piso estudiantil donde me a
Una de cal y otra de arena. Una selección de mis artículos de actualidad. Mi columna de los sábados. Por Marisa Lanca