La ineptitud, el despotismo o la megalomanía del dirigente de un país nunca deberían ser condicionantes a la hora de sentir amor u odio por ese territorio. El pueblo que lo habita no lo merece porque ni es culpable ni debe responder por su líder, aunque se dé la circunstancia de que lo haya votado. Así, resulta muy peligroso generalizar atribuyendo a los habitantes de una nación las cualidades de su líder, o tópicos raciales definitivamente siempre injustos. Reconozco que siempre me ha atraído Rusia. Tanto el idioma, como las tradiciones, los paisajes, los museos, la literatura y un sinfín de pinceladas culturales han forjado en mi subconsciente un ferviente deseo de visitar las tierras que un día fueron soviéticas. Cosa que todavía no he conseguido. Si me detuviera para realizar un repaso histórico de las vicisitudes oscuras provocadas por los diferentes dirigentes que han liderado el país, hasta el actual Putin, surgiría sin duda un amargor que daría al traste con mis simpatías rusas
Una de cal y otra de arena. Una selección de mis artículos de actualidad. Mi columna de los sábados. Por Marisa Lanca