Faltan breves para el día de todos los santos, la noche de las ánimas, y ya acusamos el sinvivir provocado por un ambiente repleto de telarañas, calabazas, brujas, calaveras, fantasmas y seres oscuros de toda índole, que nos recuerdan otro sinvivir, pero de verdad, la muerte. Digamos que la sociedad, blandita ella, pretende que sólo experimentemos el lado amable y distendido del asunto: el miedo también puede ser divertido; las ánimas, animosas; los difuntos, chistosos; y la muerte, un disfraz carnavalero. No me niego a sacar a la luz la parte liviana de las cosas, al contrario, lo celebro. Pero todo tiene su otra cara, la real y cruda, y no está de más celebrarla en ese sentido también, de forma natural. Porque todo llega y nos llegará a nosotros un buen o mal día, según se mire, el momento en que nos esfumaremos. Hay que tenerlo presente. Si no somos devotos de los cementerios, al menos realicemos un paseo por la memoria. Las personas queridas que nos dejaron merecen siempre nuestro
Una de cal y otra de arena. Una selección de mis artículos de actualidad. Mi columna de los sábados. Por Marisa Lanca