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Fantasmías animadas de ayer, hoy y mañana


Faltan breves para el día de todos los santos, la noche de las ánimas, y ya acusamos el sinvivir provocado por un ambiente repleto de telarañas, calabazas, brujas, calaveras, fantasmas y seres oscuros de toda índole, que nos recuerdan otro sinvivir, pero de verdad, la muerte. Digamos que la sociedad, blandita ella, pretende que sólo experimentemos el lado amable y distendido del asunto: el miedo también puede ser divertido; las ánimas, animosas; los difuntos, chistosos; y la muerte, un disfraz carnavalero. 

No me niego a sacar a la luz la parte liviana de las cosas, al contrario, lo celebro. Pero todo tiene su otra cara, la real y cruda, y no está de más celebrarla en ese sentido también, de forma natural. Porque todo llega y nos llegará a nosotros un buen o mal día, según se mire, el momento en que nos esfumaremos. Hay que tenerlo presente. Si no somos devotos de los cementerios, al menos realicemos un paseo por la memoria. Las personas queridas que nos dejaron merecen siempre nuestro recuerdo. Es tiempo de visitarlas, aunque sea virtualmente. Nos queda su espíritu, unas veces impregnado en objetos cotidianos, otras en lugares familiares y, en ocasiones, dentro de nuestro propio cuerpo o mente. Respirémoslo a conciencia unos minutos. Fantasmas amados, venid un ratito, os acogemos.

El origen de la palabra 'fantasma' se remonta al verbo griego phanein, con significado de brillar, aparecer, mostrarse, hacerse visible. La rae la define en su primera acepción como “imagen de un objeto que queda impresa en la fantasía”. Sin embargo, el concepto más generalizado es su tercera acepción: Imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos.

Me interesan los fantasmas en el sentido de su manifestación, por el hecho de mostrarse de alguna forma a pesar de su inexistencia. Un ejemplo curioso y ya sabido es el de los miembros-fantasma. He leído un artículo en un diario donde entrevistan al reciente Premio Nobel de Medicina, el libanés Ardem Patapoutian. En él habla de que el dolor está en el cerebro y puedes sentirlo en una parte del cuerpo que ya no tienes. Hay personas que pierden un brazo y continúan doliéndose de los dedos. Es difícil de imaginar, pero si les ponen anestesia en el muñón, dejan de sentir ese dolor. El dolor es, sobre todo, una emoción que el cuerpo crea para evitar algo nocivo (aquí veo yo el sentido fantasmal). En su campo de investigación Ardem diferencia entre la nocicepción, que es el acto de sentir algo dañino, y el dolor, que es sentir una emoción en el cerebro, un espejismo químico. Otro concepto interesante que cita es la propiocepción, que a veces llaman sexto sentido, por el cual puedes cerrar los ojos y tocarte la nariz, o ponerte de pie y caminar, porque recibes información de tu cuerpo sin mirar. Todo gracias a las proteínas Piezos, descubiertas por su equipo, que se localizan en neuronas de los ganglios espinales. Concluye el artículo con la frase: “Se podría decir que tu cerebro te engaña para que pienses que necesitas hacer algo. Y normalmente acierta.”

Mañana por la noche mi cerebro me engañará. Necesitaré ver a mis fantasmas, y ahí estarán. Los recibiré con una sonrisa. ¿Fantasías o fantasmías? Ustedes deciden.

[Imagen: "La bella de Xiaohe". Momia de unos 3.800 años hallada en el desierto de Taklamakán (China). Instituto de Arqueología y Antigüedades culturales de Xinjiang]

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