Escribo esta columna a boli en un cuaderno, desde el sofá, con mantita, capeando una otitis doble a base de antibióticos y antiinflamatorios. No es lo normal, pero es que ya estamos en pleno otoño y mi actual estado de destemple precisa un mayor nivel de acurrucamiento.
De momento, vamos a lo cercano: reflexiones de auto-observación.
Cada día soy menos noctívaga y más adoradora del sol.
Antes, en el estante de la cocina tenía dos o tres botecillos de especias que apenas usaba. Ahora no puedo pasar con menos de diez.
Lo natural está ocupando a saco todo mi territorio vital conquistado por lo artificial hace ni me acuerdo.
Siempre me había cautivado tanto el otoño como el invierno. Hasta hace un par de años. Ya no soporto las bajas temperaturas, el frío me incomoda, me corta las alas, me produce desazón máxima.
Cada vez me gusta más pasear a pie o en bici, pasear por pasear, sin prisa. Y prefiero hacerlo bajo un sol de justicia, sintiendo el calor sobre mi piel, que enfundada con cuatro capas de abrigo desde la coronilla hasta la punta de los pies.
Dicen que el frío conserva. Y que las bicicletas son para el verano. Entonces, dame bici estival, que las conservas sólo contienen cadáveres, con buen aspecto, eso sí, pero sin vida.
Con el paso de los años cambiamos nuestras costumbres, nuestra percepción de las cosas, quizá porque también lo hace nuestro cuerpo. Desconozco en qué medida nos afecta el entorno social para forjar nuestras nuevas ‘manías’, aunque seguramente dependerá más de nuestro grado de apertura y de la capacidad de aprendizaje/desaprendizaje.
Añado otro ejemplo. En mi tierna juventud leía y escribía básicamente por obligación académica; en la madurez lo hago por elección personal, con placer, saboreando. Es un nuevo matiz adquirido por veteranía.
Así, igual que sabemos que nuestro bien material más preciado, el corpóreo, camina hacia la decrepitud, por aquello del “inexorable paso del tiempo”, vivimos con la esperanza de que existe una excepción: las células y conexiones cerebrales parecen ser las únicas que, si se esfuerzan en trabajar, no sólo no envejecen sino que se renuevan y multiplican.
Como a estas alturas, el cuerpo es difícil de controlar pues hace lo que quiere o lo que puede, vamos a invertir tiempo en lo nos queda y resulta en verdad modelable: la mente. Alimentémosla. Calentemos el motor de la razón.
Dar luz a nuestros pensamientos, hoy en día, sale mucho más barato que iluminar y calentar nuestros hogares. ¡Dónde va a parar…!
15/10/2021
[Imagen: "Dora Maar", 1936. Man Ray]
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