Y hay conceptos, con forma de sensación, que no encuentran su palabra definitoria salvo en el idioma origen de su creación. Es el caso de komorebi, término únicamente japonés. No existe equivalente en otra lengua. Significa “los rayos de sol que se filtran a través de las hojas de los árboles”. Hace referencia a un momento concreto en el que se produce un juego de luces y sombras, y acoge tanto el paso de la luz entre la vegetación como el reflejo que provoca, la sombra proyectada sobre otros objetos.
La cultura japonesa es hábil en dar nombres a ciertas emociones estéticas. La delicadeza y la sensibilidad con que miran y admiran dotan a su lenguaje de una riqueza poética sin igual. Komorebi es un ejemplo recién descubierto que desde ya mismo j’adore. Y cuando digo j’adore quiero decir que entra a formar parte de mi baúl de tesoros imaginario, donde se aloja también el ya nombrado café, un veterano huésped del receptáculo.
El café me ha acompañado toda la vida. Un placentero amigo, oscuro e intenso que me descubrió mi querida madre cuando todavía era una niña de pañales. Recuerdo como tomé el primer sorbito, muy claro, en una cucharilla metálica, la suya, y aquella nueva sensación me supo a gloria, atrapándome para siempre.
Ha sido testigo de clarividencias geniales, conversaciones sin fin y nacimientos de proyectos que alcanzaron su meta; bálsamo y cura para derrumbes, heridas y desencantos varios; apoyo firme en los procesos creativos, en el estudio, en la investigación y exploración de nuevos caminos; un placer solitario, pero también el núcleo centrípeto de veladas amistosas, cómplices, incluso provocadoras de amor, sexo y sonrisas; inspiración y consuelo; evocador de recuerdos; generador de paz. ¿Qué más puedo pedir a esta perla negra?
Ayer fue el día internacional del café. Lo celebro. Igual que si fuera el día del chocolate, el tomate, el plátano o la miel. Es decir, a diario durante el año entero. Porque son placeres benditos, pequeños, imprescindibles. Ahora incorporo el komorebi. Desconozco si le han dedicado el protagonismo merecedor de un día internacional. Probablemente lo sea mucho más que algunas nimiedades ya consolidadas en su estupidez.
De momento, hoy disfrutaré del otoño con una taza de café junto a mis labios y, en el preciso instante en que le soplo a la vez que aspiro su aroma caliente, observaré las luces y sombras del sol tardano entre las hojas del cerezo, cómo no, komorebianando.
2/10/2021
[Imagen: "Komorebi otoñal". Marisa Lanca]
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