Recientemente ha saltado la noticia de que tres de las redes sociales ‘más sociales’ han resuelto suprimir de su escaparate virtual varias imágenes artísticas subidas por dos museos de Viena, al considerarlas “pornográficas” (¡increíble!). Un acto de censura de tomo y lomo; por desgracia, cada vez más frecuentes. Y para denunciar este atropello, ambos museos se han unido a una plataforma digital para adultos, donde ahora exponen las piezas censuradas: obras de Rubens, Schiele, Modigliani y Koloman Moser, entre galerías de fotos y vídeos de contenido erótico y pornográfico sin cortapisa alguna (curioso).
Nuestra inmersión permanente en internet lleva a que los controladores de redes sociales se froten las manos, sabedores del poder manipulador que pueden ejercer sobre los individuos y sus hábitos. Y lo ejercen, ya lo creo. Con la excusa paternalista de protegernos, van extendiendo un puritanismo de nuevo cuño, que verdaderamente raya en lo ridículo. Pero, claro, ante protestas evaden responsabilidades y justifican sus decisiones encubiertas achacándolas al sistema de algoritmos.
Censores siempre los ha habido, patrocinados por un régimen político, una doctrina religiosa o bien por ambas, que se erigen en defensores de una única moral incuestionable para ellos. La libertad queda solapada entonces por el manto del bien común: sed buenos, todos a una, menos yo, que soy la autoridad y quien dispone del privilegio de disfrutar lo que a vosotros os arrebato por ley.
En cuestiones de libertad de creación y expresión artística, la sociedad actual parece retroceder ante un debate ingenuo sobre si es o no lícito difundir determinadas obras que pueden ofender sensibilidades. Y digo ingenuo porque para mí, en realidad, no debería haber controversia alguna. El arte es libre. El acto de crear belleza es personal, voluntario y siempre respetable. El espectador que desea disfrutar del arte debe tener la libertad de elegir, tanto para abrirse a la obra como para cerrar los ojos, pasar de largo e ignorarla. Desde luego, no necesitamos que la señora censura nos ponga una mascarilla más abajo de la frente para evitarnos un posible 'mal trago visual'. ¡Por favor...!, eso es considerarnos incapaces de juzgar o valorar por nosotros mismos. Eso constituye mayor ofensa que la que nos pretenden evitar.
Así que, señores que controlan contenidos, ya basta de intentar infantilizar nuestro cerebro ocultándonos imágenes artísticas que derriten el corazón de pura belleza, sólo porque muestran partes desnudas del cuerpo humano o en actitudes, según sus algoritmos, ‘impúdicas’. Y lo hago extensivo a todo el territorio creativo: literatura, cine, fotografía, música, danza. ¿Van a sustituir diálogos de películas por otros políticamente correctos, los cuentos tradicionales por otros menos escandalosos? ¿Van a destruir todos los libros de arte que en el mundo se han publicado y todos los temas musicales con letras díscolas? No lo consentiremos. Los enfermos son ustedes, no nosotros.
Mejor preocúpense de orientar su moral en borrar la violencia gratuita, el acoso, el griterío extremo y los fanatismos, que inundan peligrosamente las redes. A mí déjenme ser feliz contemplando lo natural: la teta del cartel de la última película de Almodóvar, la ‘mujer reclinada’ de Schiele, el ‘desnudo sentado en un diván’ de Modigliani o la paleolítica Venus de Willendorf. Todo humano. Todo sano.
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