Anda el mercado obsesionado por vendernos cada día maquinitas diversas con más memoria que el modelo anterior. En este sentido se entiende como memoria la capacidad de almacenamiento de información y conocimiento. Se le llama también memoria RAM, de acceso aleatorio, rápido y temporal; asimismo puede ser de almacenamiento masivo, lento pero de naturaleza más permanente. Otros tipos, menos comunes, llevan nombres como memoria holográfica, memoria de cambio de fase y memoria molecular. Datos, datos, datos...
Estamos rodeados de pequeños monstruos ávidos de información, chupópteros de nuestro día a día, datos personales que subastan al mejor postor, quien los convierte en algoritmos, para después ofrecernos sueños que necesitamos comprar sí o sí.
Y así, la memoria individual de cada criatura va mermando poco a poco, pues derivamos nuestra capacidad cognitiva a estas máquinas que nos hacen la vez de cerebro auxiliar. Producimos datos y los trasvasamos inmediatamente al monstruo con boca enorme y sistema digestivo eficacísimo. El problema estriba en que en rara ocasión acudimos a los intestinos informáticos para rescatar placeres que un día fueron.
Personalmente, en el pasado remoto realicé viajes donde no hice una sola foto y resulta curioso que no por eso los he olvidado. Al contrario, recuerdo todas las secuencias vividas: puedo relatar, y lo hago de cuando en cuando, innumerables pasajes con todo lujo de detalles. Supongo que mi mente se esforzó en su momento para imprimir en las neuronas el negativo de cada imagen, y poder revelar copias posteriores con forma de remembranza a mi real antojo.
Estoy segura de que los recuerdos de instantes plasmados en el disco duro que alojamos en nuestro cuerpo perdurará mientras existamos. Compartirlos oralmente provoca un inesperado gozo. Y hacerlo mediante la palabra escrita constituye un ejercicio espléndido. Cuando la memoria comience malévolamente a jugar al escondite, podremos acudir al cuaderno, publicado o no, de nuestros recuerdos, que siempre nos sobrevivirá.
Pisanelli, el personaje más desasosegante de la serie italiana “Los Bastardos de Pizzofalcone”, interpretado por Gianfelice Imparato, me sorprendió gratamente en el último capítulo con una de sus 'gian-felices' salidas. Respondiendo a un joven policía que le había comparado con un ordenador por la cantidad de datos que había retenido sobre un caso, le espetó el siguiente comentario: “Los ordenadores tienen memoria. Yo tengo recuerdos. Y eso es algo que los ordenadores no pueden tener”.
Por mi parte no hay más preguntas, Señoría. Los recuerdos ganan la partida.
[Imagen: El hombre-árbol. Detalle de "El jardín de las delicias". El Bosco.
20/8/2022
Comentarios
Publicar un comentario