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In media res


Hace unas semanas fui invitada a una gala cultural, donde se entregaban los premios del año. Como era con invitación previa reserva y confirmación, no me preocupé más que de asistir puntual y elegante al acontecimiento, creyendo que todos íbamos a elegir asiento conforme llegáramos. Al dar el nombre y recoger el ticket en ventanilla, comprobé que ya tenía asignada butaca, por las últimas filas. No importa, me dije, todos los asistentes somos gente de la cultura y tienen que distribuirnos de alguna manera. Ya acomodados, el teatro sin palcos se exhibía lleno hasta la bandera. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que el sector de primeras filas estaba copado de políticos, una pequeña selección de cada partido. Y no sólo de representantes actuales, sino también de aspirantes a ocupar un sillón en estas inminentes elecciones.

Al margen de que el espectáculo que acompañaba a los premios no tenía el nivel esperado, el hecho de que en un acto público, ¡cultural!, se dé preeminencia a ciertos personajes, se otorguen privilegios a un determinado sector de población, se considere de especial relevancia a tal o cual por el cargo político que ocupa o aspira a ocupar, hizo que huyera de aquel lugar, con bastantes sentimientos encontrados. Por un lado, lo de siempre: el manido lema de “la cultura es de todos”. Me parece que adquiere otros tintes diferentes a la democratización de la misma y que tienen que ver más con prostituirse, a cualquier precio; muy lastimoso el tema monetario. Por otro lado, me llevó a reflexionar sobre si la excesiva importancia adquirida por la clase política es dispensada por el propio ‘populacho’, lo que lleva a que ellos mismos se inflen, o bien son ellos los que se elevan en un podio imaginario y el pueblo se autoconvence en adorarlos con un ejercicio de genuflexión gratuito.

El respeto hay que ganarlo, con más respeto, con trabajo y con humildad. Poseer un cargo público no lo garantiza, como tampoco lo hace una gran foto con sonrisa ‘profidén’ en un cartel de promesas, con la clá de fondo asintiendo al unísono. Los privilegios otorgados de antemano sólo alimentan el ego del privilegiado, mientras quien los otorga ya lleva estampado en su frente la marca de vasallo. Los no privilegiados, los del montón, pueden asumir el papel de simple espectador, figurante de relleno quizá, o ausentarse de la función.

A todos nos gusta disfrutar alguna vez de una primera fila regalada y sentirnos en cierto modo especiales, no hay duda. Pero un político ‘de bien’ debería más a menudo renunciar al trato vip, acortar distancias y mezclarse sin rubor entre el gentío, en una butaca cualquiera. Al fin y al cabo se trata de uno más, como tú o como yo. Es siempre preferible que reparemos en su presencia, a que se haga notar por su altanería distante. Su sitio ideal sería in media res: allá donde se encuentre el nudo de la acción, los problemas, la vida, para poder conocer y gestionar con eficiencia.

[Imagen: "Gallina". Calíope Aurensanz (3 años)

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 21/05/2023]

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