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A pico y pala


Había una vez un ser masculino, muy masculino y mucho masculino, que adquirió una fama notable, notablemente superior a la que ya poseía, por un acto que él consideró normal y normalizado, pero que al resto de la sociedad le pareció un verdadero despropósito.

La cosa es que dicho acto, acontecido en medio de una gran celebración deportiva donde toda España se congratulaba con una selección femenina, muy femenina y mucho femenina, a la par que victoriosa, y en el que la presencia real contribuía a otorgar un punto extra de femineidad a la causa, dicho acto, decía, originó un tsunami de críticas mordaces al despropositor, a la vez que otra ola enorme de solidaridad con la despropositada. Y el despropósito fue concebido inmediatamente como hecho no consentido, y por tanto, agresión. A este caballero, llamémosle “el piquitos”, señor de los despropósitos, pues seguro lo era por muchas otras razones diferentes o parecidas a la que aquí nos ocupa, se le conminó a pedir disculpas y no supo hacerlo bien; muy lógico en seres soberbios que sólo bajan la cabeza para mirar su ombligo, mientras piensan que todo lo estupendo que ocurre a su alrededor es obra de su brillantísima aura benefactora. Fue apartado de su puesto y, tras muchas apariciones por medios de comunicación, declaraciones públicas y privadas, poco a poco se esfumó de nuestras vidas. Y he aquí que la despropositada, objeto de un piquito forzado por dos manazas presionadoras e inmovilizantes, fue convirtiéndose de mujer feliz celebradora a mártir sufridora, y de ahí pasó a ofensiva adalid del ejército de agredidas y vergüenzajeneros con razón que en el mundo han sido, son y serán. Todo en su sitio.

Pero el cuento no acaba aquí. Ha vuelto “el piquitos” a la palestra informativa, con motivo de un posible procesamiento de un juez contra su persona masculina, proponiendo una condena de varios años de cárcel. ¡¿Cómo?! Veamos. Parémonos a pensar un poquico. ¿En serio esta fábula debe tener un final tan contundente, tan ejemplarmente castigador? A juzgar por los hechos…, ay, que no deberíamos juzgar tanto; mejor, estudiando el ‘delito’ a una distancia prudencial, creo sinceramente desproporcionado el correctivo propuesto. Y no digo que el señor agresor no posea en su concentrada vida una posible colección de malhaceres que, todos juntos, pudieran constituir quizá un delito merecedor de cárcel. Pero el hecho por el que se le juzga, sólo el piquito, aunque sea una muestra de algo más perturbador, que en realidad desconocemos, sin pruebas de nada más, resulta ridículo comparado con otros casos flagrantes de poderosos personajes o entidades que han hurgado sin contemplaciones en nuestros bolsillos, atracando ahorros ajenos a manos llenas, y luego se han ido de rositas sin devolver ni un céntimo de lo robado, por ejemplo. 

Un relato fabulesco siempre va unido a una moraleja final. La de este cuento queda abierta, a gusto del lector. Bien podría ser “Menos piquito y más picoypala” o “A pico y pala se hace camino, en la cárcel no”. O también “Propósitos de enmienda remiendan los despropósitos sin conciencia”. Aunque mucho me temo que tal como está funcionando el mundo, cada vez más incomprensible, será “Un pico le perdió y en la cárcel acabó”. Y colorín colorado…

Imagen: Painting by Jen Stark

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 2/2/2024]

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