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Por un récord tuyo


 ¿Qué necesidad de romper techos, de superar marcas, de sobrepasar cifras, de batir récords? Nos encontramos en un tiempo donde prima la competición, y es tal la obsesión, que acabamos compitiendo con nosotros mismos. Concebimos el afán de superación como la vía para no perdemos en la inmensidad de lo vano, poder sobresalir de la masa mediocre e incluso escapar de ella, hasta conquistar la cúspide del éxito. Eso o no somos nadie.

Hoy la noticia que prevalece es siempre la del dato superior. Es decir, la relevancia de cualquier cosa viene marcada por los máximos. “Es el día más caluroso desde que hay registros”, “el Banco Tal ha batido su récord de ganancias en un año”, “el futbolista Mengano se ha convertido en el más goleador de la historia”, “nunca antes la gasolina había alcanzado un precio tal alto”, “este mes se superará la barrera de los XX millones de turistas en España”, “el gobierno lanza la mayor oferta de empleo público con tantasmil plazas”. ¿Les suena? Innumerables ejemplos saturan el paisaje social nuestro de cada día. Cualquier municipio que se precie debe hacer notar que su gran evento organizado anualmente ha batido su propio récord de participantes. Cualquier empresa debe rebasar los beneficios del ejercicio anterior para poder demostrar al mundo su éxito. Si pretendes ser alguien en las redes, debes alcanzar una cifra estratosférica de seguidores. Y, por supuesto, no llegarás lejos, si en cada paseo tu reloj cuentapasos no marca la cantidad exacta que te reclama para superar la del día anterior.

Pero todo esto lleva adherido un precio a pagar. Normalmente, cuando se consigue un récord el roto ya está hecho, la contraprestación negativa ya se ha efectuado. Ah, pero no nos gusta mirar atrás, preferimos el ‘pase lo que pase’ o ‘a cualquier precio porque merece la pena’, pues lo importante es la meta conseguida. Hay que valorar. ¿Turismo o turistificación? ¿Concierto masivo o en pequeña sala? ¿Grupo empresarial o pequeña empresa? ¿Crucero o barquito? ¿Famoso o artista desconocido? ¿Correr o pasear? ¿Cifras o letras? ¿Cantidad o calidad? Yo tengo clara la elección. De hecho, el otro día fui por azar a un restaurante aragonés cuya existencia desconocía por completo. Tras una comida excelente y un trato correctísimo, le trasladé al responsable de la sala mi regocijo y le pregunté si tenía alguna estrella Michelín o similar. Su respuesta fue inmediata: que no querían estrellas ni las necesitaban, pues funcionaban muy bien así. Estoy muy de acuerdo.

Etimológicamente, la palabra récord es un anglicismo, más bien deportivo. Pero proviene a su vez del latín ‘recordari’, escribir algo para recordarlo después, a través del francés ‘recorder’. Y no olvidemos que la palabra latina ‘cordis’ significa corazón. Así, pues, parece que en nuestro afán por ser recordados, tendemos a revestir los logros con números y más números que sobrepasen a los anteriores. Cuando lo que de verdad conquista nuestros corazones y nuestra memoria son otras cosas menos contables y quizá más luminosas. Ustedes ya me entienden. ¿Qué no daría yo por un récord tuyo? Nada, no daría nada.

Imagen: Michal Lukasiewicz (Poland)

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 5/7/2024]


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