Ir al contenido principal

El pito del sereno


Hoy, en la era de la información excesiva, existen tantos canales que de cualquiera podemos extraer los datos que buscamos, sin perder un minuto en verificar su credibilidad. Incluso los que no buscamos nos llegan, como ha sido el caso reciente de la Comunidad de Madrid donde, a través de un mensaje sonoro en forma de pitido alarmante y de un texto explicativo, Protección Civil alertaba a los ciudadanos del inminente impacto meteorológico de la Dana.

Hubo un tiempo no muy lejano en que se avisaba de una forma muy diferente, a viva voz. Era la del sereno. En España el último, llamado Manuel Amago, prestó sus servicios hasta 1977, año en que esta figura desapareció definitivamente. La profesión de sereno comenzó a gestarse en el siglo XVIII y tan especiales personajes han patrullado las calles de nuestras ciudades y pueblos durante 200 años. Al comienzo, su misión era la de vigilancia y posesión de todas las llaves de los portales del barrio que estaba bajo su control, para abrirlos cuando algún vecino olvidadizo de su llave lo reclamaba dando palmadas, a lo que el sereno contestaba con un sonoro: “¡Vaaa…!”. A cambio del servicio, podía recibir alguna propina.

El origen popular de su nombre se remite a que estos varones, cuyos atributos debían responder a una edad entre los 20 y los 40, poseer un fuerte chorro de voz y medir como mínimo metro y medio de altura, se encargaban también de informar de la hora y del estado del tiempo. Como la mayoría de las veces éste era bueno, el grito más frecuente sonaba tal que así: “¡Las (hora) en punto y sereeeno!”. Y se adoptó este apelativo para el cuerpo de vigilantes de la noche. Cuando en sus rondas eran atacados por maleantes o se producía un incendio o cualquier otro suceso digno de alerta, gritaban una hora equivocada para que un compañero acudiera, o usaban su característico silbato de bronce para avisar a las autoridades pertinentes. Los serenos se tomaban tan concienzudamente su cometido que a cualquier indicio de alboroto en la calle lo hacían sonar, llenando el silencio nocturno de continuos pitidos. Es por eso que al final se dejaba de dar importancia a tales avisos y de donde procede la frase “tomar a alguien por el pito del sereno”. Además de ir provistos de capote, gorra, cinto con porra y algún cachivache más, portaban un curioso utensilio llamado chuzo: palo con una punta metálica en el extremo que usaban como lanza para atacar o defenderse. A todos nos suena la expresión “caen chuzos de punta” que empleamos cuando la lluvia cae con brío.

Me cuenta mi madre que en Alcañiz antiguamente todas las noches a la misma hora salían varios serenos, serían seis o siete, se colocaban en formación delante de la puerta del ayuntamiento y uno tras otro, cada cual con su frase, cantaban-rezaban una plegaria, para luego desplegarse por la ciudad. Al dar la hora y el tiempo nocturno lanzaban sus particulares voces de esta guisa: “Las dos y sereno, estrellado y con aire”, o “Las tres y lloviendo”; si era invierno y nevaba la consigna era “…y el cielo se cae a pedacicos”. Enternecedor. Ahora mismo humanizaba mi móvil cambiando los sonidos de alarma por una de estas voces, aunque me tomaran por el pito del sereno…

[Imagen: Fish. Paul Klee, 1921]

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 8/09/2023]


Comentarios