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Paredes


Últimamente ha llamado mi atención una expresión oída de la boca de gente relacionada con teatro, cine y otras artes visuales, que dice así: romper la cuarta pared. Admito mi ignorancia en según qué cuestiones y, como mi curiosidad siempre gana, suelo aprovechar este espacio comarcal columnero para comunicar lo descubierto, meditando someramente sobre ello y tratando de aplicarlo o relacionarlo con algún tema actual.

La noción de “cuarta pared” fue utilizada por primera vez en el siglo XVIII francés por Denis Diderot, remitiendo a la pared imaginaria que separa la escena teatral y el salón de butacas. Para poder interpretar, el actor recrea esa pared imaginaria como si estuviera efectivamente delante de ella y así separarse del mundo real representado por el público. Y el público, por su parte, acepta esa cuarta pared como invisible para poder entrar y creer el mundo imaginario recreado por los actores.

Pero, como todo en la vida, puede romperse o derribarse deliberadamente. Así, ‘romper la cuarta pared’ consiste en la pretendida interacción de un texto con el lector, de un actor con el espectador, de un autor con el receptor de la obra. Puede conseguirse mediante una mirada directa o un gesto dirigido al espectador o lector, mediante un lenguaje coloquial, con palabras emitidas hacia un testigo invisible buscando la complicidad, su implicación. El personaje lo convierte en confidente de sus secretos íntimos, de sus testimonios, a través de una confesión. A veces incluso se llega a una catarsis colectiva.

He adivinado un ejemplo bastante claro en el escenario político nuestro de cada día. Pedro Sánchez, en su último alegato con forma epistolar, modo confesional y tono íntimo, sin filtros, directo al ciudadano, se ha convertido en cierto sentido en un rompedor de la cuarta pared. Su gesto ha provocado reacciones dispares. Por un lado ha conseguido entre sus afines una cuasi-catarsis colectiva de apoyo, reafirmando su posición de liderazgo; y, por otro lado, un rechazo unánime del sector idealmente opuesto, exacerbando las intenciones derrocadoras. Nadie indiferente, éxito de la misión.

Antes de intentar derribar una pared, ocupe el orden numérico que ocupe en importancia, hay que considerar su función, si es protectora o barrera/obstáculo, si nos encontramos afuera o adentro, si queremos avanzar o detener un avance ajeno. Evidentemente todas las paredes son en principio necesarias, y siempre llevan un techo y un suelo como piezas inseparables. No como los muros y murallas, que no necesitan más que una tierra que los sustente. Pero en el momento en que hablamos de ‘encontrarnos entre cuatro paredes’, con la sensación de encierro, es hora de derribar alguna de ellas, sin duda. Así lo cantaba el gran Bambino: “Ahí está la pared que separa tu vida y la mía; ahí está la pared, que no deja que nos acerquemos; esa maldita pared, yo la voy a romper cualquier día, para que no pueda ya interrumpir nuestras vidas”. Una joyica musical. Busquen, sientan y rompan lo que haya que romper.

Imagen: escultura del surcoreano Lee Sangsoo

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 3/5/2024]

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