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La Gaza vaciada

 

Hace ya un tiempo que hemos convertido la guerra en una institución en sí misma. La paz es sólo un período de descanso entre guerras.
La guerra, unida a otra entidad instituida globalmente como es el capitalismo, posee sus propias leyes, sus territorios preferentes de acción, y sus señores, que la promueven, la alientan y alimentan. El negocio armamentístico, las deudas millonarias y la perversión del poder se unen la mayoría de las veces al disfraz religioso llevado a límites fanáticos, para generar un conflicto que siempre acaba afectando a la población que no tiene culpa de nada.
Sí, todo poder es una permanente conspiración en perjuicio del débil. Ante cualquier demostración o asomo de rebeldía de éste, el fuerte saca pecho y obra de inmediato con el criterio funcional de intimidar al que ya considera su adversario. Y comienza el asalto. Arrasar con todo para ocupar. La consabida consigna de ‘Quítate tú para ponerme yo ‘. Lo hemos visto con la guerra de Rusia contra Ucrania y lo estamos viviendo en la actual de Israel contra Palestina, pero elevado a la enésima potencia.
¡Pobre Gaza y pobres gazatíes! Reducidos progresivamente a vivir en una mísera franja, ahora se ven obligados a resistir hasta morir, porque no pueden huir. El señor de la guerra parece disponer de la situación a su antojo, con el inestimable apoyo de Estados Unidos y, por ende, de los diferentes países europeos que cierran los ojos mientras le bailan el agua. Su objetivo está claro: abrir la puerta del gueto sólo a unos pocos, aniquilar a los confinados privándoles de lo esencial mientras caen las bombas, y crear una Gaza vaciada, un auténtico cementerio, para ocupar a placer. Genocidio. Es lo que veo desde la distancia, con mirada sin colores ni banderas que me aten. Imagino al señor belicoso con una media sonrisa, desde su despacho, rememorando las palabras del replicante de Blade Runner dirigidas ahora al pueblo humillado, sabiendo que el suyo también lo fue: ‘Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo’. Y diría más. Todos los esfuerzos que se han invertido a nivel social y cultural por que la convivencia entre israelíes y palestinos fuera limpia, incluso los posibles intentos a nivel político para que coexistan ambos pueblos en sendos estados, se diluirán en la memoria, ‘se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia’. 
La historia se repite porque la olvidamos fácilmente. Pero también porque los resquemores por haber sufrido y que no sabemos perdonar, las heridas que no cicatrizan, el propio miedo sellado en el adn que se hereda una generación tras otra, producen en algunas mentes pudientes sombrías emociones, despertando la semilla del odio y la venganza, que terminan revelando complejos de inferioridad traducidos en egoísmo, mezquindad, codicia y miseria. El problema es que nos vamos haciendo a la guerra casi como un espectáculo más. Cada día, puntualmente, los telediarios nos actualizan la cifra de muertos palestinos, como quien habla de la cifra de parados. Las Naciones Unidas andan negociando que pueda entrar en Gaza ayuda humanitaria, cuando en realidad deberían acometer de raíz el origen del desastre: cortar la mano que los ahoga. Pero ya.

Imagen: Alexander Calder, 1946

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 10/11/2023]

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