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Psiquiatrizar la vida


El panorama de dolencias psicológicas y psiquiátricas cada vez es más extenso y determina gran parte de nuestras relaciones. ¿Qué está ocurriendo?

Yo me pregunto si realmente los trastornos de la mente y la conducta son más numerosos y evidentes, o es que los especialistas nos los muestran con mayor frecuencia y se difunden rápidamente. Porque ahora proliferan los síndromes de todo tipo y de dudoso fundamento: posvacacional, del nido vacío, del cambio de hora, de la cabaña, del impostor... Éste último acabo de descubrirlo y me ha dejado atónita. Consiste en pensar, cuando uno triunfa, que ha llegado ahí por suerte y que en el fondo no lo merece. Sentirse un impostor y temer que te descubran. Vaya… ¿Y a eso hay que llamarlo síndrome? Por favor, dejemos de banalizar, pues estamos convirtiendo en enfermedad unos simples procesos a los que sólo hay que adaptarse.

Entre miedos, fobias e hiperactividades varias nos están presentando un escenario cuasi-infantil, donde cualquier carita triste, de enfado, ensimismamiento o falta de sonrisa sin más, parece que debe dar pie a pensar que algo raro pasa por la mente y requiere de un análisis médico urgente. Existe una tendencia social a considerar bipolar a quien tiene cambios de estados de ánimo, o hiperactivo a un niño con mucha vitalidad, o fóbico social a quien sólo expresa timidez. La salud mental es muy importante y requiere tratamiento, por supuesto. Pero tampoco llevemos a extremo determinadas conductas o sentimientos que no son más que fruto de tropiezos, reacciones naturales a circunstancias desfavorables, propias del mundo y el ser humano en sí. Y de ello aprendemos. Convertir el malestar emocional en un trastorno mental que inmediatamente hay que medicalizar, cuando puede abordarse de múltiples maneras, es psiquiatrizar la vida. Y, ya, lo que nos faltaba.

Ante la gran demanda de consultas psicológicas que derivan en psiquiatría, no podemos ignorar el tapón que se genera, con el peligro de que las personas que realmente necesitan ayuda urgente queden relegadas a una cita muy postergada y esto derive en consecuencias trágicas. Nuestros ‘gestores supremos’, es decir, los que dictan las leyes, llevan las riendas y deciden sobre todos los aspectos sociales, además de realizar inversiones en curar cuando el mal ya está hecho, ampliando plantillas de profesionales en salud mental, quizá deberían orientarlas también a una educación sólida, no blandita. Dejar de prohibir; fomentar el aprendizaje práctica-error-vueltaaempezar; enseñar a esforzarse, a saber que los actos tienen consecuencias, a quejarse y protestar cuando hay razones, a callar cuando es necesario, a respetar a los demás, sobre todo a los mayores, a valorar lo importante y no sobrevalorar lo accesorio, a asumir las derrotas. En fin, que en la vida unas veces será sí y otras será no, y hay que tirar de resiliencia. Los demás no tienen por qué adaptarse a ti.

Más filosofía, más lectura, más naturaleza, más manualidad, más movimiento, más conversación, más amor, seguro nos dará como resultado menos psiquiatría.

[Imagen: "Arrugado por la vida". Javier Jaén]

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 24/02/2023]


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