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De imperfecciones, defectos y otras frustraciones


¿Buscamos la perfección?

Yo sí, de toda la vida. Será por eso que me encuentro defectos desde siempre. El tiempo va cambiándolos; más bien digamos, suavizando la visión que tenemos sobre ellos.

Venimos a este mundo con alguna tara, perceptible o acurrucada. Lo asimilamos, tampoco es para tanto, y tratamos de potenciar aquello que sabemos no del todo perfecto pero por lo menos no va a decepcionar, casi que nos conformamos con eso.

Sin embargo, he aquí que en algún momento llegan los accidentes, la enfermedad, el deterioro. ¡Ay, amiga! Con eso no contabas ¿eh?

Pues no, nunca se cuenta con eso. ¡Qué mala suerte! ¿Por qué yo? ¿Ahora? ¿Ya? Son algunas de las expresiones que nos vienen a la cabeza. Fallo del sistema. Alarma. Alarma. No se puede reiniciar. No hay vuelta atrás. Aunque la mayoría de las veces existe remedio, cura, alivio, parches o prótesis. Y a seguir caminando.

Los objetos se estropean por el uso, fundamentalmente. También por el rozamiento, la climatología, o incluso la obsolescencia programada. Fastidia, pero no hay problema: pueden ser reparados, reinventados o sustituidos, y ya.

A los humanos nos afectan otro tipo de cosas: la gravedad, la alimentación, el ejercicio, el abandono, las ondas, la violencia, las emociones, el paso del tiempo, la vida en sí. Es lo que hay. No somos perfectos, pero somos insustituibles. No lo olvidemos.

Frustraciones, fuera, por favor. Cuidémonos y querámonos, entre todos.

Por cierto, para mí sí hay algo perfecto: la esfera.

Y por lo demás, este artículo ha resultado bastante imperfecto. Sobre todo porque sale los sábados, y hoy es domingo.

6/12/2020

[Imagen: "No es el infierno, es el invierno", M. Lanca]


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