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Sin tapujos. [Arrojaescudos, sí, ¿y qué?]

 


Hablemos de tapar, tapaderas y tapujos.

La gran paradoja de la obra teatral que representamos ante el mundo consiste en que pretendemos mostrar una imagen divina y demostrar una actitud de seguridad, y a la vez consentimos que el dueño del teatro nos corte las alas soñadoras censurando nuestros supuestos dislates, tápese por favor. Mientras tanto, todo aquello que queremos ocultar, lo íntimo, lo doméstico, nuestras miserias o pecados, todo eso es absorbido en forma de datos algorítmicos por los grandes mecenas de este espectáculo. C’est la vie. Pagamos un precio, siempre.

Tapar o destapar implica un acto voluntario de cerrar o abrir un contenedor por medio de una tapadera. Pero lo importante no es el acto en sí, sino el contenido, que adquiere inmediatamente un cariz de valioso. Alguien quiere protegerlo. O alguien quiere descubrirlo. Y, al hablar de tapadera, la cosa ya huele a cierto delito.
Me da la sensación de que estamos rodeados de tapaderas, tanto a gran escala como a nivel vecinal, tanto en lo político como en lo económico, empresarial, social e incluso personal. ¿Vivimos espejismos? ¿Nos duele ver la realidad, la cara B? ¿Nos avergonzamos de nuestra verdadera identidad y por eso nos tapujamos?

Enlazo lo de tapujarse con un personaje que me ha cautivado [gracias, Irene Vallejo]. Se llamaba Arquíloco. Poeta y guerrero mercenario griego del siglo VII a.C. Cuando partía a la guerra su madre le insistía en que al regresar lo hiciera con su escudo o sobre él. Era la forma digna de volver: vencedor o muerto. No cabía ser un desertor. Pero nuestro guerrero eligió ser lo que entonces llamaban un “arrojaescudos”. Ante perder la vida o ganar el sustento no tuvo dudas. De este modo podía comprarse otro escudo mejor y seguir peleando en más guerras; así lo hizo durante décadas y así pudo escribir sus versos. ¿Cobardía o pragmatismo? Simplemente amaba la vida “que ya no se puede recuperar ni comprar en cuanto el último aliento atraviesa la empalizada de los dientes”. Brutal y sin tapujos. Un antihéroe, como a él le divertía presentarse, descarado, realista y ridiculizador de convenciones. Irrumpió en la lírica griega como el primer poeta en tomar la propia vida como referente. Además, con una sinceridad desafiante.

Propongo que nos Arqui-enloquezcamos, al menos un poco. Seamos más sinceros. El tapabocas no podemos quitárnoslo, de momento, pero la máscara sí.
¡Fuera tapujos!

[Imagen: “Carnicero” de Mon Laferte –cantante–]

13/2/2021

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