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Acusaciones. "De Madrid a... ¿dónde?"


Una campaña electoral debería ser una muestra temporal de un proyecto bien estudiado y consensuado por los miembros de una asociación, partido o grupo político que aspire a gobernar a sus conciudadanos. Dicho proyecto, con líneas perfectamente definidas, fruto de un trabajo previo concienzudo, tendría que llevarse muy aprendido por parte de los diferentes portavoces y representantes candidatos a ser elegidos. Y estos aspirantes, a los que llaman ‘líderes’ de sus propias formaciones, deberían hacer honor a dicho apelativo, no con grosor y acidez en sus palabras, sino con brillantez en sus discursos.

Me llama la atención, a la vez que me indigna bastante, escuchar de la mayoría de los actuales “campañeros” madrileños variopintas acusaciones que vuelan de unos a otros, junto a descalificaciones e insultos sin reparo alguno, gratuitos. Y, oigan, parecen muy convencidos de que es una estrategia efectiva eso de intentar destruir al adversario. Señores, no combaten en una guerra. Vamos a llamarla competición, de acuerdo. Hasta podríamos valorarla como un concurso. Entonces se trataría de hacerlo lo mejor posible, demostrar la valía, convencer de que la propuesta merece la pena y el premio de nuestro voto.

El hecho de acusar implica señalar, con el dedo extendido, en sentido real o metafórico, atribuyendo a alguien la culpa de un delito, una falta o un hecho reprobable. También implica que ese índice acusador proviene de una cierta autoridad con conocimiento de causa. El término acusar procede del latín accusare, compuesto de ad- (hacia) y causa.
El problema radica en la dirección del dedo político, que siempre señala hacia afuera. Nunca se dobla para golpear el pecho diciendo “mea culpa”. Además, ¿con qué poder moral se dedican ustedes a acusar, si no son fiscales, ni siquiera a juzgar, si tampoco jueces? Y, por favor, ya basta de usar la palabra ‘de moda’: deleznable, cuando quieren abominar de un hecho concreto. Para ello cuentan con: indigno, reprobable, ilegítimo, rechazable. El barro, el papel y otros materiales son deleznables, hasta un amor puede serlo, ya que significa poco durable, inconsistente, de escasa resistencia.

Los medios de comunicación, que se infiltran permanentemente en nuestra humilde vida y, por supuesto, en la de la clase política, ésa que nos hacen notar a diario que está por encima de nuestras posibilidades, con un estatus especial, nos saturan con este tipo de información. Si ya de por sí a los madrileños debe de resultarles excesiva, tanto en exabruptos como en duración, para ser una campaña electoral, imagínense al resto de españoles que no pertenecemos a la comunidad central. Entiendan que no nos incumbe.

No son unas elecciones generales, por mucho que se empeñen en darle una importancia capital, al igual que ocurrió con las de Cataluña o el País Vasco. Es importante darse a conocer, sí, pero ¿realmente se necesita un mes, con todo el gasto que ello supone? Claro que no. Y menos cuando se trata de una simple comunidad autónoma de una sola provincia, como es Madrid. Y todo este exceso mediático para que, una vez cumplida la votación, con sus resultados correspondientes, los votantes queden a expensas de las consabidas alianzas cromáticas, pactos contra natura y conchabamientos varios para alcanzar el poder, cuestión que puede durar más que la propia campaña.

Ahorremos. Propongo una sola comparecencia en horario de máxima audiencia, en la que cada uno de los candidatos realice su exposición, como el universitario que defiende su tesis ante el tribunal. Un examen oral en toda regla. Sin debates. Ah, que existen varias cadenas de televisión, pues en la pública que corresponda a su jurisdicción territorial. Las demás que miren, retransmitan y comenten, si les interesa.

Yo soy aragonesa y me encantan todos mis paisanos españoles. Pero, por favor, no conviertan por un tiempo el famoso eslogan en algo así como “De Madrid… al infierno”. Gracias.

10/04/2021

[Imagen: pintura de Antonio López]

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