En mis paseos campestres me encuentro cada vez más a menudo
con elementos brillantes y coloristas que destacan entre la vereda del camino.
Ellos, ahí recostados, me dan los buenos días. Y a mí, en lugar de una sonrisa,
no pueden sino arrancarme un exabrupto que lanzo al aire sin contemplaciones.
Son latas de refresco usadas, abandonadas a su suerte, en un lugar equivocado.
Basuraleza.
Me vienen a la memoria los viajes familiares de mi infancia.
Eran largos trayectos. El más repetido llevaba la ruta Alcañiz-Valencia, por
unas carreteras de interminables curvas. Había que detener el coche varias
veces para solucionar un recurrente problema: “Papá, me mareo…”. Entonces mi
madre preparaba un rápido tentempié mientras mi padre buscaba una lata. Sí,
entre pinos y rocas desde luego no era tarea fácil, pero al final lograba el
preciado objeto. Normalmente se trataba de un viejo bote de conserva o una lata
de sardinas oxidada, pues a principios de los años 70 todavía no existían las
bebidas enlatadas. La colocaba sobre un montículo bien visible, íbamos a la
recolecta de guijarros, los amontonábamos y ya estaba organizado el
juego-concurso: a ver quién le daba al bote lanzando la piedrecilla a una
distancia de unos cinco metros. Recuerdos con olor a tomillo y pan.
Y llego a la expresión “dar la lata”. Todos sabemos que
alude a la acción de molestar o fastidiar al prójimo con cosas inoportunas. Sin
embargo, no es tan conocido su origen y, de hecho, existen diversas hipótesis.
Para el profesor Lázaro Carreter, tiene una génesis castrense. Daban la lata
los soldados viejos que en el siglo XVII andaban de despacho en despacho
mendigando compensaciones a sus cicatrices y a las proezas, que llevaba plasmadas
un rollo de documentos metidos en un tubo de lata. De ahí también su
equivalencia con dar el rollo, o ser un latazo.
Dámaso Alonso relaciona el término ‘lata’ en castellano, no
con un recipiente metálico, sino con un palo o estaca, según la antigua voz latte en francés y portugués, que a su vez
deriva de la latina latta (vara, tabla). Por eso también se emplean las
expresiones equivalentes “dar la vara” y “dar la paliza”. Otro dato
interesante: en un texto de Voltaire, del siglo XVIII, se recoge la expresión: coup
de latte, es decir, “varapalo”.
Añado un par de explicaciones más a “dar la lata”. Una se
funda en la costumbre de las “cencerradas” que existían en algunos pueblos
consistente en disfrazarse y hacer sonar cencerros varios, como celebración por
los segundos casamientos de alguien que había quedado viudo. Otra versión nos
lleva hasta Málaga, donde parece ser que en las cárceles se solía vender a los
presos un licor elaborado a base de sobras de vinos varios y éstos compraban
por latas. Lo que conllevaba una inevitable borrachera, seguida de jaleo y
alboroto.
Existen multitud de sinónimos que añadir, de uso muy común.
“Dar la barrila”. Alude a un recipiente cántabro de barro, de forma ovalada y
cuello corto y angosto, botija.
“Dar la tabarra”. El lugar donde es abundante el número de tábanos o
moscardones recibe el nombre de tabanera, pero también tabarrera (de tabarro,
que es el cruce del tábano con un gabarro o abejorro).
“Dar el tostón” o ser un tostón. También llamado picatoste, se refiere al trozo
de pan duro y seco que se tuesta y es difícil de comer y de pesada digestión.
Su ingesta causa molestia, como una conversación cargante.
Acabo aquí. Espero no haberles dado mucho la turra, ni el
coñazo, ni la murga, ni la brasa.
29/05/2021
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