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Élites y satélites

 


Jugando con las palabras, como a mí bien me gusta, he elegido hoy dos términos que, por su similitud, pareciera que derivan uno de otro, cuando no es así. Aunque, por el significado figurado, extraeré una relación más que jugosa.

Comencemos por el origen etimológico. El castellano ‘élite’ proviene del francés élite, y a su vez del latín eligere: elegir o seleccionar. El término designa a una minoría selecta, que posee un estatus superior al resto de las personas de la sociedad. Tradicionalmente la noción de élite estaba relacionada con la sabiduría y la virtud. Sólo los elegidos lo eran por sus méritos y virtudes, no por su origen familiar. Asimismo se mantenía un flujo transversal de tal manera que podía ser inclusivo, no constituía un coto cerrado, y su poder era influyente. Hoy en día, el concepto ha derivado hacia el exclusivismo y, desde luego, el poder adquisitivo marca mucho más que el mérito. Puerta cerrada, las credenciales mediáticas y ‘visadas’ resultan imprescindibles para entrar. Se trata de “la flor y nata”, “la crème de la crème”, la "jet set".

Satélite procede del latín satelles –itis y designaba al soldado escolta encargado de la guardia y seguridad de un príncipe o la corte que rodeaba al emperador. Después, por un azar poético, se llamaron satélites a los cuerpos celestes opacos que orbitan alrededor de otro. Como segunda definición entramos en el terreno artificial: esos aparatos construidos y lanzados con fines científicos, militares o para comunicaciones que pueblan la exosfera terrestre y acabarán como basura espacial. En términos generales, ahora define algo o a alguien que está bajo la influencia, en el entorno o en la órbita de una figura principal, o que directamente depende de ella. Podríamos asignarle unos cuantos sinónimos: acólito, adlátere, comparsa, secuaz, figurante, esbirro, fan, según el nivel de ‘servidumbre’.

Unamos ambos términos y apliquémoslos al ámbito de nuestra sociedad. Encontraremos un sinfín de modelos.
En una estructura cada vez más polarizada unos, pocos, adquieren el estatus de élite; y otros, muchos, se acomodan en el papel de satélites, eso sí, por razones distintas: admiración, dependencia, complejo de rebaño servil, o bien con la aspiración de acceder un día a formar parte de la soñada élite.
Luego están los demás, en cantidad indeterminada, que no conciben su existencia como magnética ni giratoria. Viven a su aire, sin codicia, tratando de aportar, tejiendo redes, creando moléculas, enlazando átomos, lentamente, avanzando por un camino que unas veces sube y otras desciende, serpentea o mantiene la línea recta. Están siempre abiertos, no excluyen ni discriminan, abrazan y acogen. Construyen, no destruyen.

En el aspecto político, observemos, analicemos. Resulta fácil. Sobre los escenarios electorales aparece todo muy claro, quién élite y quién satélite.
Existen casos excepcionales, de los de espíritu molecular, libre y natural: José Mújica, rara avis en este mundo fagocitador. Cuánto debemos aprender todavía. ¡Va por usted!

1/05/2021

[Imagen: “La sonrisa de alas flameantes (arte molecular)”. Moza Saracho]

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