Cada cual siente un amor especial al territorio que le vio nacer. Un hilo invisible tira de nuestro estómago cuando nos alejamos demasiado tiempo o demasiados kilómetros, para recordarnos que sigue ahí, que espera un reencuentro. Aunque no todos concebimos la ‘tierra madre’ de la misma forma. Para algunos las raíces andan ancladas en su barrio o pueblo, para otros en su región, unos cuantos viven arraigados a su nación y algunos menos se ven simplemente como ciudadanos del mundo.
En este país que es España se pondera progresivamente la división administrativa en esas ‘parcelas’ denominadas Comunidades Autónomas, convirtiendo esa autonomía concedida en una seña de identidad quizá excesiva, a veces reivindicativa y separatista, otras hasta conflictiva. Roza la ironía que el presidente de la C.A. de Cataluña se apellide Aragonès o que el estadio del Real Madrid se llame Santiago Bernabéu. Los dni con apellidos como Navarro, Castellano, Gallego, Vasco, Rioja, Sevilla, Zaragoza o Cáceres se reparten a discreción por toda la geografía ibérica y más allá. ¿Quiere decir eso que los poseedores se sienten identificados con su ‘marca’? Por lógica, carece de importancia un distintivo no elegido.
¿Cuál es, entonces, el origen del sentimiento de pertenencia a una tierra? Algo esencial: la familia. Ya sea donde fuiste engendrado o donde has conformado la tuya propia. Los lazos sanguíneos son de una fortaleza vital. Y, cuando parecen ajarse, contamos con un pegamento especial que se encarga de restañarlos: la memoria.
Mi nombre es Marisa Lanuza Cabañero. Me acuerdo de Alcañiz, la tierra que me vio nacer. Hoy se ha tendido un puente a través de esta columna, forjada con letras y pensamientos. Espero que el eco de mi voz llegue a mis queridos paisanos y yo pueda recibir el vuestro con nitidez en un intercambio creativo que nos acerque cada vez más.
Con un guiño atrevido, la famosa canción de Serrat que cumple ya 50 años, bien podría titularse ‘Bajo Aragón’ y rezar así: “Quizá porque mi niñez sigue jugando en tus plazas, y escondido tras las cañas duerme mi primer amor, llevo tu luz y tu olor por dondequiera que vaya, y amontonado en tus piedras descansan juegos y penas. Yo, que en la piel tengo el sabor amable de tierra y fuego que han vertido en ti los pueblos, de Aguaviva a Alcañiz, para que pintes de gris los montes mirando al cielo. A fuerza de grandes luchas, tu alma es jotera y astuta. A tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos como el juncal a la Estanca, soy rebelde y altanera, me gusta el melocotón, tengo alma de olivarera. Qué le voy a hacer si yo nací en el Bajo Aragón…”.
[Artículo publicado en periódico LA COMARCA (Viernes 11/6/2021) Sección Opinión independiente.]
https://www.lacomarca.net/opinion/de-raices-territorios-e-identidades/
[Imagen de cabecera: "Rebosando". JM Valtueña]
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