Al igual que existen escuelas de protocolo, muy necesarias
por otra parte, ahora parecen pisarles los talones las asesorías de
comunicación, los expertos analistas de comportamiento y 'body language', y sus ‘tips’ o consejos para aprender a
transmitir con lenguaje no verbal la máxima confianza, dominar los sentimientos
conscientes e inconscientes que nos delatan, reflejar seguridad, mantener a
raya las emociones que pudieran aflorar, y cosas por el estilo.
Me he fijado en esos pretendidos maestros del lenguaje
corporal y veo que se expresan de la misma forma que enseñan a expresarse: robóticamente.
Movimientos paralelos de antebrazos, rectos, secos y simétricos, similares a
las instrucciones de los auxiliares de vuelo. Las manos como si agitaran dos
cocteleras a la vez, con los codos pegados a las caderas. Pies anclados en el
suelo, ligero giro de cintura o cuello. Y sonrisa, amplia sonrisa, con la boca
y con los ojos.
Y todo esto ¿con qué objetivo? ¿Quizá para llamar nuestra
atención visual y anular así nuestra atención auditiva y comprensiva? Es más
probable que una bonita voz y un tono cercano pero firme lleguen a
conquistarnos mucho mejor.
Observen a un orador en una tribuna, con un atril delante.
Si su discurso es ameno no necesitará apenas lenguaje gestual para atraer la
atención. Cuanto más gesticule con sus brazos o cabeza significará que sus
palabras no tienen la fuerza suficiente. También se da cada vez con mayor
frecuencia el caso de quien debe desenvolverse en un enorme escenario con el típico
pinganillo como único elemento externo en contacto con él. Sin duda, precisará
de una dosis extra de atención, por lo que su ofrecimiento se rodeará de dosis
extra de espectáculo: cuerpo entero en movimiento. Teatralidad para un público
extasiado en masa. Son los nuevos gurús, redivivos profetas de moda.
Si entramos en un terreno concreto, el político, el tema
adquiere tintes que rozan lo esperpéntico. ¿Es necesaria la puesta en escena con
marco de foto? Todo tan preparado y estudiado que resulta un trompe-l’oeil, un engañaojos, o sea, un
trampantojo en toda regla. El líder político de turno hace sus declaraciones gesticulando
con los brazos a modo mesiánico; detrás, en segundo plano como corresponde a
los secundarios, un número determinado de personas serias y encorsetadas en su
postura de gente formal (los figurantes imprescindibles) asienten y acompañan;
rellenan el hueco, vamos. Y de fondo, cualquier pantalla simulando un bello
paisaje, por ejemplo. Todo tan artificial, que pierde el interés.
En cuestión de salud gestual doy una alta puntuación a
Yolanda Díaz, nuestra ministra de Trabajo. Y opino que debería ponerse en
tratamiento de cura forzosa el líder del Partido Popular, Pablo Casado; él y
toda su formación, que seguro aprenden en la misma escuela de comunicación.
Por otro lado, bajando al mundo de los bichos vivientes de
carne y hueso, el lenguaje gestual está convirtiéndose en una suerte de banalidades
de difusión máxima a través de las redes sociales, mediante vídeos baratos,
retos inútiles, bailes estúpidos y actitudes sin fundamento. Tonterías y
tropelías (citando a Benjamín Prado), fruto del virus del aburrimiento.
Muy harta ya del postureo, lo que de verdad valoro y echo de
menos en este mejunje comunicativo es una buena cucharada de naturalidad,
improvisación, desenfado y espontaneidad. Una medicina altamente indicada para
las enfermedades de transmisión gestual.
19/06/2021
Comentarios
Publicar un comentario