Nos hallamos perplejos y con una gran dosis de cabreo
ante la última medida aprobada por el gobierno de España respecto a la revisión de precios en la factura
eléctrica.
Y no nos falta razón. Los datos se nos muestran contundentes; las
reglas, precisas; y la adaptabilidad, como la única fórmula para sobrellevar el
ahorro. Se trata de una imposición, eso sí, disfrazada de sostenibilidad.
La luz es un bien tan preciado como imprescindible. Y la
energía eléctrica debería ser considerada “de primera necesidad”, pues, mal que
nos pese, a ello nos ha abocado una sociedad tecnológicamente capitalizada,
hambrienta de consumidores que ejerzan su función: consumir lo máximo posible.
Así, las compañías devoradoras y sus “satélites con corbata” pueden engrosar
dividendos y presumir de barriga. Como buenos magnates, les gusta el lujo. Ah,
pero nos ofrecen parte a los demás, cómo no: sus productos a precio de ‘ídem’.
Este territorio, el de la energía eléctrica, igual que el del
agua, al menos tendría que ser allanado, asfaltado suavemente, para que los
sufridos transeúntes no acabemos con las plantas de los pies escocidas o con
las ruedas pinchadas.
Se ha aplicado muy a menudo la filosofía del utilitarismo,
desde que la ideó Jeremy Bentham en el S. XVIII. Consiste en justificar una
acción con la búsqueda del mayor beneficio o felicidad para el mayor número de
personas. Analizando un poco el asunto, creo que lleva implícito también el
conocido lema de “el fin justifica los medios”. Y esto suena algo peligroso.
Personalmente, prefiero acogerme a la teoría, diferente, que
reivindica Amartya Sen, el reciente “Premio Princesa de Asturias de Ciencias
Sociales”. A la hora de tomar una decisión que afecta a una comunidad, existen opciones quizá más
racionales, otra forma de evaluar. El objetivo no debe estar en elegir la mejor
opción para la mayoría de personas, sino en evitar el sufrimiento en la mayor
medida. Poner el foco en el perjudicado.
Creo que ahí está la clave. Empatía.
Solidaridad. Humanización.
Un político tiene que tomar decisiones. Las presiones que
reciba de diversos sectores poderosos y manipuladores no deberían convertirse en instrucciones de uso social
envueltas en papel de regalo verde, pues al final resulta un abuso general en
beneficio de unos pocos. No hace falta tener 'muchas luces' para saberlo.
Gobernante que gobiernas, ¿cómo quieres pasar a la posteridad? ¿En qué bando de
la historia militas? ¿Actúas como prometiste?
Observando con perspectiva temporal, el bando correcto cambia según los ojos de
quien lo mira. Sin embargo, para el pretendido protagonista, la respuesta será
muy clara, tan clara como la luz que nos roba: su conciencia.
La conciencia siempre marca si estuviste en el bando correcto de la historia. Así de simple. Y siempre será mejor consigna “Hágase la luz” que “Páguese la luz”.
5-6-2021
[Imagen: "No todas las farolas lucen igual". Autor: Miguel Salas]
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