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Coeficiente de sensibilidad

 



Cuando iba al colegio, allá por el curso séptimo u octavo de EGB creo recordar, nos sometieron a las alumnas a unos test para medir el coeficiente intelectual. Se incluían infinidad de pruebas: de cálculo numérico, agilidad visual, comprensión verbal, capacidad viso-espacial, razonamiento, …cosas así. Supongo que, además de servir de trabajo fin de carrera o de investigación a la señorita psicóloga que nos explicó el procedimiento, nos repartió y recogió todos los ejercicios en papel, y finalmente envió la ficha de resultados a nuestros padres, digo yo que tendría la función de orientarnos psicológicamente para elegir la rama de ciencias o letras. Sólo sé que no se me dio mal, incluso me gustó, porque me lo tomé como un juego. Tampoco me quedé con el dato clave: el cociente intelectual, pero vamos, ni genio ni superdotada, ni me importa demasiado.

Con una perspectiva temporal, ya muy inmersa en la adultez, me pregunto por el valor práctico de conocer la medida potencial de nuestra inteligencia, cara a defenderse en la vida real. Como informe pedagógico para un centro educativo está medianamente bien, igual que para un proceso de selección de personal en una empresa, donde se requiere evaluar y conocer las aptitudes de los candidatos.

Especifico ‘medianamente bien’, porque creo que falta una mitad esencial de la tarta a testear. Aquí es donde quiero introducir este concepto: coeficiente de sensibilidad. ¿Por qué no medir el grado de humanidad? Sería algo así como conocer la capacidad de admiración ante la belleza, el índice de respeto y empatía para con los demás, los indicadores de ternura por los débiles, el nivel de sentido del humor, los límites del miedo al fracaso, el grado de fuerza mental para reponerse de un tropiezo.

El ser humano, en su desarrollo vital, siempre se encuentra librando pequeñas batallas entre la razón y la emoción, el cerebro y el corazón, el pensar y el sentir. A la hora de evaluarnos con un test para el fin que sea, lógico sería, entonces, confeccionarlo para que mida tanto el coeficiente de inteligencia como el de sensibilidad, y estimarlos de igual manera.

¿De qué sirve poseer un cociente intelectual de 160 si no se ha aprendido a respetar la opinión del contrario en un debate? ¿Dónde se refugia un adolescente inteligentísimo cuando le abandona su incipiente novia y no encuentra consuelo para su desencanto? ¿Por qué esa niña superdotada tiene brotes caprichosos de violencia? Seguramente, si en su momento se les hubiera hecho un test completo, se habrían identificado ciertas carencias ‘sensibles’ y habrían podido corregirse mediante una enseñanza reorientativa en valores humanos. ¡Cuánto se echan de menos en la escuela asignaturas prácticamente desaparecidas como Ética, Educación para la Ciudadanía, Filosofía!

Y, para terminar, cito a un filósofo romano, Cicerón, que se encargó de ensalzar la fuerza de las cualidades humanas a pesar de todos sus defectos, en una preciosa sentencia incluida en su obra Pro Rosci: Magna est vis humanitatis (la fuerza de la humanidad es grande).


6-8-2021


[Imagen: Serbia (Milos Simic)]


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