“Si te pasa algo cuéntamelo, porque no es justo que riamos juntos y llores solo”. Es una frase que acabo de leer colgada en la red, justo en el tramo final de un día que me ha resultado tan exasperante como desesperanzador. Y me ha enternecido.
Suelo escribir por aquí con la intención de compartir mis ideas sobre la actualidad, así como aprendizajes recientes, curiosidades descubiertas, reflexiones varias, que tienden más a la cal que a la arena, más a la sonrisa que al cabreo. Creo que hay alguien al otro lado que me lee, que para mí es como decir que me escucha. Y, aunque perfectamente consciente de que lo que se dice 'multitud' no es, con saber que son unos pocos, aunque sólo fuera uno, me basta para que el hecho de compartir adquiera el significado idóneo: estamos juntos. Virtualmente, pero bien cerca. Te cuento cosas, cuento contigo, cuenta conmigo.
Hoy tengo la mochila llena de arena, ya lo siento. Un gran peso muy poco rentable que necesito descargar. Y precisamente es fruto de las distancias. Las nuevas tecnologías nos abocan a la distancia, aunque parezca lo contrario. Algo que me entristece y me cabrea a partes iguales.
Con lo fácil que se transitaban antes los asuntos. Querías pedir un crédito o abrir una cuenta: cita en el banco con el director, incluso sin cita, conversación cara a cara, valoración de posibilidades y resolución casi al instante. Querías consultar opciones para contratar un servicio: visita al establecimiento, explicaciones, recomendaciones, y contratado o rechazado. Querías solucionar un papeleo con la administración: aclaración telefónica al momento, o in situ guardando algo de fila. Para cualquier gestión no había más que consultar el listín telefónico, marcar el número y enseguida salía una voz real al otro lado del aparato para atender tu demanda. Llamar era casi un valor seguro.
Ahora resulta todo más engorroso. Nos han obligado a funcionar con internet, a gestionar por internet, a vivir con internet. Sin embargo, ni las prestaciones son iguales para todos, ni las facilidades, ni el precio a pagar. Injusto. Las páginas web más importantes o necesarias parecen un rompecabezas, hay que realizar un viaje laberíntico, solitario y agotador. Las compañías que manejan-venden la red de conexión se convierten en prácticamente inaccesibles, marcan sus distancias sobre todo a la hora de solicitarles cualquier necesidad, reparación, o expresarles tus quejas. Es decir, pagamos, a la fuerza, por un servicio deficiente en la mayoría de los casos. Y, como se rezaba en tiempos: no hay más “tutía”.
Mi experiencia de este día de nervios a flor de piel ha ido en esta línea, concretamente con una empresa telefónica de calado. El problema a solucionar, lejos de llegar a buen término, se ha agravado, y es como lava candente que va a afectar a unos cuantos territorios de mi mapa vital. De hecho, ya lo está haciendo. ¡Socorro!
“Esto no tiene que ser bueno para la salud”, me digo hastiada mientras cierro el ordenador y escondo el móvil lejos de mí. Enciendo el televisor. Ay, otra vez se ve pixelado, porque la señal ha sido afectada por unos aerogeneradores que han plantado, creciendo como setas, a unos kilómetros, por aquello de la energía sostenible… y nadie se responsabiliza ni se aviene a reparar el daño. Adivino en la pantalla la erupción del volcán en La Palma, la lava real arrastrándose y llevándose consigo casas, trabajos y sueños. Entonces me replico: “Esto sí es desastroso. Jo, qué suerte tengo”. Fin de la historia.
Mañana será otro día. Ya te contaré.
25-9-2021
[Imagen: "Juego de mano" (2021). Rebecca Brodskis]
Bueno, nos quejamos desde nuestra realidad y es gratis. Siempre hay quien está peor que tú. Mejor seguro que también. Es decir: a quejarse y se acabó.
ResponderEliminarAhí estamos. Gracias
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