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Postergando, que es gerundio


"Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo".

No es una reflexión mía. Es propiedad de JL Borges y la puso en boca del protagonista de uno de sus relatos llamado ‘Funes el memorioso’. La adopto con toda la conciencia de que dispongo, pues se me antoja una verdad verdadera.

Personalmente creo que la sensación de inmortalidad viene implícita en el ser humano. Unos, los que aspiran a más, los optimistas e inconformistas, la tienen presente a diario, a flor de piel; piensan que después de esta vida habrá otra y otra, como sucesivas etapas de crecimiento. Entonces no hay prisa. Paciencia, paso a paso. En general, se les suele llamar utópicos. Otros, los que se conforman, reniegan de lo inmortal, asumen que de ésta no salimos, una única oportunidad, y propugnan que es preciso vivir el presente como si no hubiera un mañana, porque no lo hay. Son los de “tempus fugit” y “carpe diem”, los del reloj y el calendario, la programación, la previsión y la prisa. Cuando se les tacha de pesimistas, responden diciendo: no, soy realista. Se les atribuye el concepto de prácticos.

Claro está que los primeros, utópicos ellos, prefieren ir postergando lo postergable, y hacen bien. Es una forma de centrar la atención y el tiempo en lo que conviene a su felicidad, tranquilamente. Lo postergable, a su criterio, no es que no sea importante e imprescindible, sino que el momento actual no lo requiere. 

Hoy en día, a esta forma de actuar se le aplica un tono negativo con un verbo horroroso: procrastinar. En definitiva, es como decir: eres un vago, perezoso, holgazán y flojo. Pero parece que no es así exactamente. Procrastinar, dicen, no es un asunto de holgazanería.

Etimológicamente, deriva del latín procrastināre, postergar hasta mañana, y también del griego antiguo akrasia, hacer algo en contra de nuestro mejor juicio, hacerse daño a uno mismo. Estudiosos de la materia afirman que las personas se enganchan en este círculo irracional de la procrastinación crónica debido a una incapacidad para manejar estados de ánimo negativos generados en torno a una tarea: ansiedad, aburrimiento, inseguridad, frustración y más.

Vaya. Observo que abundan y nos rodean expertos orientadores ‘prácticos’, que recomiendan no procrastinar en base al “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, pero también los hay estudiosos que justifican ‘prácticamente’ la procrastinación como algo irracional. O sea, que para el hecho de postergar sólo vienen a considerarse dos opciones: “no se debe” y cuando se hace “no se puede evitar”.

En este punto levanto la mano con el brazo extendido. Disculpad, expertos del mundo, tengo algo que decir. ¿Habéis considerado la opción de los postergadores a conciencia, que previamente han valorado, en su sano juicio, y deciden voluntariamente?

No es necesario que me contestéis ahora. Hay tiempo. Ahora voy a dar de comer a mis gallinas. Y llamadme utópica, si queréis.

11-09-2021

[Imagen: Noxa (2006). Dino Valls]


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