Algo está ocurriendo a nivel mundial que no alcanzamos a entender exactamente. Los noticiarios nos hablan de mercancías estacionadas en muelles, enormes contenedores paralizados en puertos sin actividad carga-descarga, piezas que no llegan a destino para completar la fabricación de productos, en fin, que todo este parón inexplicable conlleva una subida de precios generalizada, al descender la oferta y aumentar la demanda. Leyes del mercado.
Sin embargo, me llamó la atención que en un informativo dejaran caer el hecho de que algunas empresas, al contar con información privilegiada sobre lo que se cernía en cuestión de posible escasez, les faltara tiempo para hacerse con mucha mercancía de su interés, demasiada, acaparando para sí y originando carestía para el resto. No pondría la mano en el fuego al considerar que se haya tratado de casos aislados. Es más, me temo que las grandes compañías comerciales habrán obrado al respecto con ese afán devorador que provoca la información privilegiada, sin medir consecuencias.
¿Es legal usar información privilegiada para uso interno? En realidad, está penado por la ley. El carácter único y privado de esta clase de información la convierte en significativamente peligrosa, ya que rompe el equilibrio y la principal regla de cualquier mercado: la igualdad de condiciones. Teniendo en cuenta que la información confidencial suele extraerse por parte de personal o directivos de empresa, y que el uso o comercialización de la misma antes de que se haga pública es ilegal, la condena suele ser individual. No es delito poseer información, sino realizar un uso indebido para obtener un beneficio financiero o personal, lo que comúnmente se llama abuso.
En nuestra cotidianidad rara vez nos topamos con datos relevantes que constituyan una información privilegiada. Quizá la consideramos así cuando nos llegan rumores, ya de tercera o hasta de sexta mano. Aun así, si percibimos que la supuesta noticia podría afectar negativamente a la sociedad o parte de ella, ¿deberíamos airearla a los cuatro vientos para evitar el matiz que tanto quema, llamado privilegio? ¿Nos arriesgaríamos a desprendernos de ella difundiéndola en pos del bien común?
Los seres sociables nos rebelamos ante las injusticias. Una información privilegiada lleva inscrita la marca de “injusta” y el logo de “trafique”. Intuimos que se valen de ella los egoístas, trepas, acaparadores, los “sálvese quien pueda” y los “tonto el último”. Pero los privilegios siempre son tentadores. ¿De qué lado estamos? El dilema moral está servido.
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