He soñado más de una vez con una remota posibilidad, en términos de dolor: que los humanos tuviéramos un séptimo sentido, la cualidad de transmitir durante unos instantes, cinco o diez segundos bastarían, una sensación propia a otra persona, en tiempo e intensidad reales. Ese sentido acogería del mismo modo la cualidad inversa, la de sintonizar para recibir la sensación ajena, lo que metafóricamente expresamos como ‘ponerse en la piel de otro’.
Cuando se sufre una dolencia y tratas de describir cómo y cuánto duele a cualquiera, o en concreto a un profesional de la medicina, éste suele pedir que valoremos la intensidad del dolor en una escala de uno a diez. En esa situación, lo que verdaderamente pensamos es: “Me gustaría que, por un momento, pudieras ponerte en mi lugar y sentir lo que yo siento ahora”. Es así como nos comprenderían del todo. Ésa es la posibilidad a la que me refiero, el séptimo sentido, la empatía real.
Implicaría un mutuo acuerdo entre dos personas o, por lo menos, la voluntad de la receptora empática. Pienso en el método del acto, sencillo, ancestral. Quizá un juntar de dedo índice con dedo índice, una imposición de mano sobre la zona afectada, telepatía, una ‘palabra mágica’ a modo de contraseña, serían posibles gestos para iniciar el viaje de la sensación de cuerpo a cuerpo. El receptor viviría idéntico sufrimiento que el doliente, con carácter subitáneo, lo suficiente para comprender y valorar.
¿Se imaginan? Unos padres podrían saber al instante por qué llora su bebé. Un amigo entendería el grado de angustia de otro cuando sabe que está sufriendo. Se me ocurren infinidad de situaciones. Como cuando te susurran ‘sé cómo te sientes’ y tú piensas ‘no, no sabes cómo me siento’, la segunda sentencia ya no tendría razón de ser. Pero, sobre todo, los médicos y personal sanitario en general, los que se dedican a intentar reparar y curar nuestros males, podrían apreciar con mayor tino la dolencia y así diagnosticar en consecuencia. Lógicamente, estos profesionales deberían poseer un espíritu altruista grado supremo, o bien un cuerpo/mente súper resistente, preparado al máximo para el desgaste continuo.
Ahora le doy la vuelta al asunto e imagino que ese sentido también podría servir para compartir lo bueno: momentos de regocijo, impresiones de felicidad, estados transitorios de corazón palpitante de emoción, la sensación de amor. Sería tan bonito hacer vivir a otro, por unos segundos, este tipo de sentimientos personales.
Me encuentro nadando en un mar de utopía, lo sé. Mas, de llegar a ser posible un día, creo que nos convertiría en humanos más solidarios, humanidad 7.0, con un sentido extra, el séptimo. La empatía real, que yo ya he bautizado como rempatía.
27/11/2021
[Imagen: Hanna Höch. "The Fence" (1928)]
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