Estamos rodeados de líderes y liderazgos de toda índole. Estrellas rutilantes que pululan en política, en comunicación, en deporte, y poco más, porque en religión tuvieron tiempos mejores. Las redes sociales, sobre todo a nivel laboral, se encuentran inundadas de consejos con forma de frases ilustradas donde se alienta a ser el mejor líder, a diferencia del sempiterno jefe, que lleva las de perder.
La actualidad nos muestra a líderes, esos que llegan a lo más alto en sus campos, como si estuvieran en pugna permanente entre ellos para ver quién es más potente. Rivalidades con sonrisas ‘profidén’, estrechamiento de manos mirando al infinito, puñaladas de seda, amores en los juzgados. Tenemos un ejemplo nacional en candelero dentro de un partido político. ¿De verdad tienen madera como para merecer ser seguidos y aclamados?
Me pregunto qué lleva a un individuo a ser líder. ¿Se nace o se hace? Creo que el verdadero líder nace con esa actitud, no es algo voluntario, no puede evitarlo. Su personalidad crea un aura especial, una luz que ejerce de guía a quienes lo rodean. Atrae por magnetismo espiritual, emana energía positiva, infunde valor, influye favorablemente donde interviene, despierta mentes y alienta corazones. Y todo ello sin pretenderlo. Va creando poco a poco una comunidad que lo sigue, lo imita, lo toma como referencia. Y se conforma una conciencia colectiva que se retroalimenta. Las ideas confluyen y se crea una corriente de pensamiento. El líder no lo sabe, seguramente desaparecerá de este mundo creyendo que ha hecho un buen trabajo sin más, sobre todo honesto, e ignorando su impagable labor de timonel. He descrito a mi líder perfecto.
Sin embargo, la construcción de un líder no me merece ninguna confianza. Conceptos como equipos de asesores de imagen, márquetin, difusión y profusión, estudios estadísticos, encuestas, valoración de datos, índices de popularidad, perfiles de audiencia, currículums inflados o metas incuestionables, me producen ardor de estómago. Son líderes de barro, más bien de gomaespuma, con traje de etiqueta. Algunos los fabrican de hierro, ay, esos son los peores, ya que mudan a tiranos y pueden perpetuarse hasta en el más allá.
Tampoco me fío de los que ejercen una fe ciega en su líder, sólo por instinto, por sintonía, por moda o por verse obligado. Convertir una afinidad en sentimiento exacerbado, sin reflexionar, es tan peligroso como tirarse puente abajo porque tu amigo te ha animado a hacerlo.
Si necesitas un líder en tu vida que sea para hacerte feliz, mejor persona o más sabio; y adóptalo por poco tiempo, lo justo para que no se convierta en un dictador. Si tú mismo te sientes con madera de líder, medita: a la buena madera se le puede dar infinidad de utilidades.
[Imagen: Keith Haring for NY Talk Magazine, 1986]
[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 25/2/2022]
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