Las razones que puede tener un hombre para abominar de otro o para quererlo son infinitas. Lo decía Borges en uno de sus cuentos titulado “La forma de la espada”. Estoy de acuerdo. Por ello, dudar acerca del bien y el mal, de quién es un héroe o un villano, nos hace acrecentar el sentido común. No hay certezas absolutas, como tampoco debemos dudar basándonos en la compasión o los prejuicios. Dudas razonables siempre.
Hoy todos hablan de lo que yo no quiero hablar. Pero pienso en ello, quizá demasiado, porque es difícil evitar las salpicaduras que la actualidad nos vomita sin piedad. No puedo taparme los oídos ni cerrar los ojos, aunque tiendo a morderme la lengua, que ya está a punto de sangrar. Estamos en que, por un lado, alguien poderoso se evidencia en un ejercicio inútil y doloroso de negligencia política. Por otro, resurge la menos perspicaz de las pasiones: el patriotismo, apoyado a distancia por un conglomerado económico que sólo cree en su cuenta corriente. De ahí no puede surgir el amor entre las dos partes. Una tormenta invasora es agresión, y una defensa con el espíritu de invencibilidad por bandera es candidez perdedora. Esto lleva a un escenario mundial donde se representa una obra temeraria o, como decía Basílides, una malvada improvisación de ángeles deficientes.
Mal arreglo tiene el ovillo mal enredado. Sólo me valen las palabras bienintencionadas, las que curan, las que rompen muros y abren puertas, las que evitan conflictos o tratan de desenredar. Armas defensivas u ofensivas siguen siendo armas. La armada al armario y el ovillo a la tejedora o las tijeras. Creo que nos entendemos.
Todo es dinero. El interés, teñido de rojo, azul o blanco, curiosamente salpicado de alguna que otra estrella indicativa de poder (cincuenta, doce, cinco o una hozmartilleada resurgente) persigue el amarillo dorado. El brillo cegador alimenta codicias y siempre lo hará. No nos engañemos. Hasta los ofrecimientos logísticos, suministros, ayudas, vías humanitarias y voluntades negociadoras conllevan copagos y deudas futuras. Mientras tanto, la población de uno u otro bando, que no quiere odiar sino amar, que no desea más que continuar con su vida, deberá sufrir lo que sus líderes decidan desde su salón apaciblemente sentados en el sillón de jugar a ser dioses.
Abominable. Y eso que yo no quería hablar de guerras porque me gusta la paz. Ya lo he hecho. Ustedes me disculpen.
5/3/2022
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