Pantalleando todo el día. Así nos vemos cada vez más personas y de un espectro de edad cada vez más amplio. Se ha demostrado que nuestro mundo tecnológico provoca que un ciudadano medio se exponga diariamente a una información visual de 34 GB en forma de 100.000 palabras, lo que equivaldría a un libro de 300 páginas. Se trata de un auténtico bombardeo multimedia.
Las diferentes pantallas a las que nos sometemos segmentan nuestra concentración. Producen en nuestro cerebro como explosiones discontinuas de atención flotante. Expertos han puesto nombre a esta propiedad: mentes saltamontes. De manera espasmódica vamos saltando de un punto a otro en multitarea. Y, aunque se trata de una actividad superficial, el estrés se apodera de nosotros por sobrecarga cognitiva.
Así, se ha observado un descenso alarmante de la capacidad de concentración y un preocupante crecimiento del déficit de atención. Nos afecta a todos los usuarios, pero resulta de especial importancia en niños y jóvenes, por encontrarse en una etapa de desarrollo mental que marcará su futuro. Y es que hoy en día se está ya valorando la capacidad de concentración como el mejor indicador de inteligencia humana, más incluso que el índice de coeficiente intelectual. Es una aptitud esencial para resolver tareas de manera eficiente.
Pensar, hay que pararse a pensar. Estar en foco. Saber concentrarse en una sola tarea. Para ello hay que activar la empatía y sustituir la atención flotante por una atención profunda. ¿Qué tal si leemos un libro, un reportaje, un artículo, completamente y sin distracción? Es un buen ejercicio. La práctica habitual de la lectura añade a nuestro cerebro nuevos circuitos neuronales. Si vamos un paso por delante y hacemos una lectura profunda: experimentar una simulación de lo que se lee de una manera muy vívida, enriqueceremos todavía más el intelecto. Hay que permitir que la imaginación construya cosas. Aquí entramos en el mundo infantil. A los niños no debemos darles todo mascado en aplicaciones saturadas de imágenes. Leámosles cuentos y que su mente dibuje a los personajes y les dé el color que prefieran.
Por último, añadir que conviene hacer un uso responsable de la tecnología, intentando dominarla y evitando que nos gobierne ella a nosotros. La neurocientífica Maryanne Wolf así lo recomienda en su libro “Lector, vuelve a casa”. En él analiza cómo las pantallas y dispositivos digitales están cambiando tanto el lenguaje como el modo de establecer analogías y sacar conclusiones a través de la lectura. Señala un ejemplo muy evidente que queda plasmado en las siglas: «tl, dr» (acrónimo en inglés de too long, didn’t read, ‘demasiado largo, no lo leí’). Según su análisis, “son cada vez más los jóvenes que leen lo estrictamente necesario o ni siquiera eso”. Aquí discrepo con Maryanne. Leer lo estrictamente necesario podría ser leer El Quijote, o La isla del tesoro, o El Principito. Maticemos. Leen lo que ellos creen imprescindible y ya: titulares, sinopsis, avanzadilla de un texto.
No nos mudemos tan pronto de la casa que un día para nosotros fue la lectura. Pensemos. Detenidamente. El futuro nos va en ello.
2/04/2022
[Imagen: "Fifth part of the night". Wlodzimierz
Kuklinski (Polonia)]
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