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Legados


Puedes decidir dejar un legado, por pequeño que sea, y ser recordado, o puedes decidir pasar desapercibido. Es una elección que marcará nuestra vida. Quizá mi primera vocación, la de maestra, vino condicionada de alguna manera por la voluntad de transmitir conocimiento como un bien preciado que no puede perderse. Vocación que, con el paso de los años, ha retornado sutilmente unida a la reflexión sobre la importancia de contribuir a un legado inmaterial, sea cultural o emocional.

Hoy el cómico, presentador y escritor Ángel Martín, en su ‘Informativo matinal para ahorrar tiempo’ me ha recordado una frase de Harold Macmillan: “Deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá”. Me parece muy acertada en el sentido de aprender para enseñar. Legar nuestro conocimiento en forma de ideas o creaciones y lanzarlas en lugar de arrinconarlas es un buen propósito. Legar en vez de relegar. Legar y no delegar. No hay sofá que valga cuando está en juego el futuro. Se trata de alimentar el presente para que el devenir no pase hambre y crezca fuerte, de apoyar en la evolución y educación de la sociedad.

Quizá esta labor pueda tomarse como una acción de trascendencia ególatra, en una voluntad de dejar una impronta personal para ser recordado. Pero yo creo que posee más tinte filantrópico o quijotesco. Tanto si tu legado tiene por destinatarios a tus seres queridos para que tu esencia siga viva a través de ellos, como si deseas que sea el mundo quien reciba el efecto benefactor de tus acciones, la intención será siempre amorosa, la mejor.

No cuesta tanto contribuir en esta misión. A veces simplemente basta con pararse a pensar en nuestros abuelos o padres. Esos sabios consejos en forma de dichos, frases, refranes, que nos dijeron acertadamente en un momento puntual y nos llevaron a aprender qué hacer o no hacer; esa tradición oral de cuentos, canciones y leyendas; las palabras ‘especiales’ que hemos mamado y que en nuestro entorno nadie dice conocer; todo ello, grabado en la memoria o en papel, puede ser un extraordinario legado para nuestros descendientes. Sólo es un ejemplo. Pero podría aplicarse igualmente a los oficios, las labores campestres, caseras, costumbres y tradiciones varias… Hasta los valores éticos y maneras particulares de ver la vida pueden convertirse en semillas heredables por nuestros sucesores. Al final, lo verdaderamente importante es ser consciente de que hemos aportado algo en nuestro paso por la vida, algo que alguien ya ha convertido en parte de su esencia en su propia evolución. Y evolucionar es de buena ley.

25/5/2022

[Imagen: "Protoesquema", Maruja Mallo, 1968]

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 27/5/2022]

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