Escuchar “Claro de luna” de Claude Debussy en celesta. Una experiencia de música celestial al pie de la letra. El sonido es angelical, mágico, ideal para sumergir en un sueño placentero a un niño o relajar al adulto más insomne. Desconocía la existencia del instrumento llamado celesta.
Cuando hablamos coloquialmente de música celestial hacemos referencia a alguien que se expresa con muchas palabras elegantes e innecesarias o promesas vacías, «eso suena a música celestial». También se le conoce como “música de las esferas”. Y con este sentido voy a adentrarme un poco en el cautivador término.
La música de las esferas ha apasionado desde siempre a los estudiosos del Universo. Para los pitagóricos, los tonos emitidos por los planetas dependían de las proporciones aritméticas de sus órbitas alrededor de la Tierra, de la misma forma que la longitud de las cuerdas de una lira determina sus tonos. Las esferas más cercanas producen tonos graves, que se agudizan a medida que la distancia aumenta. Para estos clásicos, el Universo manifiesta proporciones “justas”, establecidas por ritmos y números, que originan un canto armónico. El cosmos, a sus ojos, es un sistema en el que se integran las siete notas musicales con los siete cuerpos celestes conocidos entonces (el Sol, la Luna y los cinco planetas visibles). A estos planetas se añadían tres esferas suplementarias que alcanzaban 10, el número perfecto.
La misma armonía celestial fue descrita por Platón cuando, en Epinomis, declaró que los astros ejecutan la mejor de todas las canciones. Cicerón también se refirió en el Canto de Escipión a ese sonido tan intenso como agradable que llenaba los oídos de su héroe y que se originaba en las órbitas celestes, reguladas por intervalos desiguales que originaban diferentes sonidos. Pasando por Kircher (que hablaba de “la gran música del mundo”), Keppler con su obra Harmonices Mundi, Newton con su noción de la gran armonía universal, y Einstein junto a su teoría de la Relatividad, hemos llegado al nuevo lenguaje de la física y la astrofísica actuales, que nos hablan de espectros, frecuencias, resonancias, vibraciones y análisis armónicos diversos.
En abril de 1998 la NASA envió un satélite al espacio, el Transition Region and Coronal Explorer (TRACE), que encontró las primeras evidencias de música originada en un cuerpo celeste, tal como habían imaginado los pitagóricos primero y Kepler más tarde. Los científicos del Southwest Research Institute (SwRI) en San Antonio (Tejas), han descubierto que la atmósfera del Sol realmente “suena”, debido a que está llena de ultrasonidos en forma de ondas. La tradicional música de las esferas consiste en un “ultrasonido solar” que interpreta una partitura formada, según el satélite de la NASA, por ondas 300 veces más profundas que el sonido de las más profundas vibraciones audibles por el oído humano, con una frecuencia de 100 mil Hertz en periodos de 10 segundos. Teniendo en cuenta que un hertz es la frecuencia de un fenómeno periódico cuyo periodo es 1 segundo y que el ser humano no puede escuchar sonidos de frecuencia menor a 16 Hz (sonidos infrasónicos), ni mayor de 20 kHz (sonidos ultrasónicos o supersónicos), la partitura se escapa totalmente a nuestra percepción.
Me quedo con la celesta, las frecuencias Solfeggio, los cantos de pájaros en primavera o el rumor de las hojas que bambolean al son de la brisa bajo el sol, y también con Ray Charles y su "Hit The Road Jack" o "Du Hast" de Rammstein mientras conduzco por la carretera. Todo me suena a música celestial de la buena. A mí me basta.
14/5/2022
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