Como un mantra, como la oración que un creyente repite diariamente antes de acostarse, como las campanas de las doce, cada mañana escucho el mismo cantar noticiero: sube el precio de… todo.
Los productos de primera o segunda necesidad están alcanzando progresivamente la categoría de lujo. Y nos resulta incomprensible que la bola de nieve de la inflación vaya engrosando sin límite, afectando a materias primas, alimentos básicos y, por ende, alimentos procesados, productos fabricados, servicios, transporte y un largo etcétera. Desconozco hasta qué punto nos están vendiendo una 'moto' teledirigida, pues no soy experta en asuntos económicos ni mecánicos, ni mucho menos electrónicos. Pero, pese a no llevar tubo de escape, esta moto huele muy mal. Y los gurús economistas ya nos advierten: el olor, a no mucho tardar, será insoportable.
A los ciudadanos de a pie nos toca de nuevo sufrir los efluvios de origen desconocido. Y, por darle la vuelta a la tortilla metafórica, a este paso va a llegar el momento en que vayamos al mercado en busca de unos tomates, una sandía o medio kilo de sardinas, y tengamos que conformarnos con olerlos, simplemente, pues por su precio habrán pasado a ser artículos de lujo no aptos para bolsillos humildes. De hecho, ya hay productos que han adquirido ese estatus, léase el combustible, la energía eléctrica y el gas. Por lógica, se deriva que poner el aire acondicionado, conducir un coche, o incluso irse de vacaciones, se convierten automáticamente, ya no en lujo, sino en pura lujuria.
Si todos perdemos, seguro hay alguien que se beneficia, y mucho. Nos han orquestado una guerra: no hay escasez de armas ni se repara en gastos a la hora de adquirirlas para luego regalarlas. He leído que el barril de petróleo está ahora al mismo precio que hace meses, cuando la gasolina sólo costaba a un euro el litro: ¿por qué nos la venden, entonces, a más de dos euros, y auguran que pronto a tres? También he oído que para combatir la inflación el FMI ha decidido que van a subir los tipos de interés: ustedes me disculparán pero no entiendo este razonamiento, sí comprendo que vamos hacia la hipoteca por las nubes, pues.
En fin, me pregunto hasta cuándo vamos a dejarnos aplastar por esta bola apisonadora sin quejarnos, sin reaccionar con cierta contundencia, la necesaria para que esto cambie a mejor. A mí ya se me revuelven las entrañas cuando veo en el telediario cómo la voz del reportero pregunta en una gasolinera al individuo que se encuentra surtiendo su vehículo y éste contesta, ¡con la sonrisa en la boca!, lo cara que está la gasolina y que esto no se puede aguantar. Por favor, que no es una broma, ponga cara de cabreo al menos, que se note la rabia y la impotencia. Me temo que cualquier día de estos veré en el reportaje a la señora feliz que acude a la panadería diciendo: “Mire, ya ve, aquí, a comprar el lujo nuestro de cada día”. Y por ahí sí que no. Tratemos de evitarlo a tiempo. Y que sea éste, el tiempo, el verdadero lujo a disfrutar.
18/6/2022
[Imagen: "Elegy for a dead Admiral". Jack Vettriano (1992)
[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 17/6/2022]
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