Los juegos de palabras son un recurso literario de humor fino, desenfadado y perspicaz, que cada vez se prodigan con mayor esmero en medios de comunicación, sobre todo en redes sociales, y curiosamente demuestran más atino que desatino.
El doble sentido de una expresión puede llegar a ser jocoso si es bien aprovechado. Jugar a transmitir varios mensajes a la vez, creando cierto efecto cómico, da muy buenos resultados. Quevedo fue un maestro en ello. Se le atribuye el calambur más famoso de la historia (del italiano “calamo burlare” (burlarse con la pluma). En una muestra de ingenio, frescura y osadía, Quevedo se acercó a la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV de España, con un clavel blanco en una mano y una rosa roja en la otra y le dio a elegir entre las dos flores con el siguiente calambur: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”. La reina, que era efectivamente coja y le enojaba mucho toda mofa hacia su discapacidad, ni se enteró del asunto. Así, nuestro literato tuvo el valor de insultarle a la cara con una burla disfrazada de cortesía. Ganó una apuesta con sus amigos y se dio un gustazo. Otro juego de palabras de autoría quevediana, muy conocido de entre sus innumerables, tiene forma literaria de retruécano: “Todos los que parecen estúpidos lo son y, además, también lo son la mitad de los que no lo parecen”. Don Francisco jugaba muy pero que muy bien.
En este sentido, me llaman mucho la atención las tiras cómicas, las viñetas y caricaturas de los periódicos, cuanto más ácidas mejor. Me encantan El Roto, Sciammarella, Riki Blanco y Luis Grañena, éste último de la tierra. En lugar de jugar con las palabras, efectúan juegos gráficos cargados de contenido, con intenciones críticas, incluso demoledoras, desde el cariño o desde las tripas. Por eso se me ha ocurrido bautizarlas con la expresión “dibujos al cabroncillo”. Que parece una errata, pero no, se diría más bien una parresía. A mí también me gusta jugar.
Y dibujando palabras o pensamientos, vamos enfilando la realidad, cada uno a su manera. Yo a través de esta columna, otros en la cola del súper, o en el autobús, o en la sala de espera del ambulatorio, muchos en twiter o Facebook, algunos en conversaciones ventana a ventana con el vecino, quién sabe dónde. Lo importante es que no perdamos el humor, y si le añadimos el toque audaz del “cabroncillo”, conseguiremos despertar más conciencias que con un arcoíris acuarelado. Digo yo…
[Imagen: "Sueño de la mentira y la ynconstancia" (1787-1798). Francisco de Goya
[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 7/10/2022]
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