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Personas y persianas


Los ciudadanos tenemos la costumbre de solucionar nuestras necesidades acudiendo a profesionales, cuyos servicios deben ofrecer las garantías suficientes para convencernos y asumir el trato de pagar lo convenido. Para el correcto funcionamiento de estos asuntos lo normal sería el equilibrio entre ambas partes, oferta y demanda, sin olvidar que hablamos de personas, en un lado y en otro.

Después de varias experiencias recientes, negativas en este sentido, he llegado a conclusiones un tanto desesperanzadoras. Y es que la cosa no funciona como debería. He realizado unos encargos a diferentes profesionales, concretamente a una empresa de estufas, a una imprenta y a una cristalería. Algo sencillo y concreto. En los tres casos el producto recibido ha resultado erróneo, imperfecto o inservible para su cometido final, con la consiguiente pérdida de mi tiempo y del suyo, de mi dinero adelantado inciertamente, de su prestigio y de mi paciencia, con el inconveniente de gastos extra por mi parte en gasolina, viajes y otros, y también del proveedor al tener que reelaborar su mercancía. ¿Y todo por qué? Por no leer, por no revisar. Sí, así de simple y de preocupante. Falta de atención. Las instrucciones, las medidas y las condiciones estaban claras: escritas en un papel.

Este ‘hacer la tarea de forma rápida y despreocupada, con el único fin de cobrar cuanto antes y a otra cosa mariposa, mientras contesto al whatsapp o contemplo el último vídeo instagramero de mi ídolo’, lamentablemente se está convirtiendo en una rutina, o eso creo yo. Podría extenderme en ejemplos sin fin, pero mi estómago se revuelve. He de apuntar que sólo algunos profesionales tratan de enmendar su error de una manera cordial, como de entre vecinos, todo arreglado y hasta la próxima. Pero la mayoría suben y bajan la persiana a su conveniencia, tratando de escurrir el bulto con el consabido ‘Vuelva usted mañana’ o ‘Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros’ o, aún peor, ‘Donde dije digo, digo Diego’.

Entiendo los errores humanos, pero no disculpo los fallos debidos a ausencia de preparación/cultura, de atención o de empatía cuando se trata de un servicio profesional, por el que se paga. Además de una falta de respeto, es una injusticia que no debemos tolerar. Podemos extrapolar la situación a nuestros políticos, pues al fin y al cabo los elegimos para que gestionen nuestros recursos; existe un acuerdo tácito de intercambio de impuestos y servicios. Y da igual si son ejercientes o aspirantes. Apliquemos periódicamente la consigna: “Yo te pago. Y tú ¿qué me ofreces?”. Si la respuesta o el producto recibido no responde a lo acordado, no cuenta con la calidad suficiente o contiene fallos imperdonables, devolvamos la mercancía. Si no es posible, cambiemos de empresa. En materia ciudadana no tenemos por qué ser clientes fieles. Podemos hasta bajar nuestra propia persiana en sus narices, sin contemplaciones.

[Imagen: "Critical Hour at 3am". Jack Vettriano]

[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 4/11/2022]

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