El castellano posee numerosas palabras para definir las diferentes
etapas de la noche. En origen, la distribución medieval laica era tan simple
como: primeros gallos (entre las 12 y las 3), segundos o mediados gallos (entre
las 3 y las 6), y terceros gallos (entre las 6 y el alba); en cuanto a la
eclesiástica, llamaban vigilias a las partes y eran dos: vísperas (de 6 a 12) y
maitines (de 12 a 6); muy curiosa resulta la clasificación militar, que
distribuía la noche en vigilias o velas: vela de prima (de 6 a 9), vela de la
modorra (de 9 a 12), vela de la modorrilla (de 12 a 3) y vela del alba (de 3 a
6). Pero, sin duda, la más relevante es la división de San Isidoro de Sevilla.
Para él eran siete las partes de la noche: vesper
(anochecer, últimas horas de la tarde que preceden a la llegada de las
tinieblas), crepusculum (luz
incierta, claridad entre la luz y las tinieblas, desde que se pone el sol hasta
que es de noche), conticinium (hora
de la noche en que todo está en silencio, todos callan), intempestum (noche muy entrada, todo descansa entregado al sueño,
sin tiempo, sin acción), gallicinium
(cuando los gallos comienzan cantar, son los heraldos de la luz), matutinum (o madrugada, es el periodo
que media entre la retirada de las tinieblas y la llegada de la aurora) y diluculum (crepúsculo matutino, cuando el alba está próxima, pequeña
luz del día que comienza a brillar). De aquí se heredan muchas de las etimologías
de palabras que todos conocemos. Aunque yo destacaría, por su belleza formal y semántica,
conticinio.
Conticinio deriva del latín conticinium, formada por con
(completamente) y el verbo tacere
(estar callado). El evidente significado nos lleva al estado de silencio, un
silencio en sus dos vertientes: natural y provocado. La tierra duerme, y además
los humanos no se manifiestan. Los antiguos asociaban el concepto de tiempo con
la acción. La noche o ausencia de sol provoca la inacción, es decir, el tiempo
se detiene, no existe.
Cómo se agradece el momento conticinio. Lo extiendo a
cualquier otra franja del día o de la noche. Y qué caro resulta de un tiempo a
esta parte, donde el ruido campa a sus anchas en cualquier lugar, mientras el
silencio reflexivo, observativo, callado, sólo puede encontrarse en ausencia de
humanos y sus productos. ¿Miedo al vacío, a la soledad, al puro silencio? Puedo
entenderlo, en esta sociedad que nos impulsa al movimiento sonoro. Mi momento
conticínico, lo confieso, es el desayuno, mirando por la ventana, sin radio ni
tele ni móvil ni nada que rompa mi emoción silente.
En la última visita a mi pueblo, Alcañiz, donde siempre descubro silencios escondidos en calles, caminos, muros o rincones verdes, llegado el momento del descanso nocturno, en las horas precedentes y también durante la parte del conticinio, fue imposible disfrutarlo. El incisivo rugir de una motocicleta, seguida de otra, en una dirección, en la contraria, a intervalos, me resultó descorazonador. Se dirá: “son jóvenes, que tienen moto y se pasean a sus anchas”. Lo entendería en el fin de semana famoso del Premio de Motorland, pero no era el caso. Y para este puro terrorismo sonoro ¿no hay toques de atención, multas, o sentido común? Lo compensé escuchando bajo los cascos ‘El conticinio’ de Guitarricadelafuente.
[Imagen: Fotopoema #04_La Vigilia. Marisa Lanca, 2013]
[Artículo publicado en periódico La Comarca, Opinión Independiente. Viernes 30/12/2022]
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