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Fútbol, filosofía y fantasmas

He pensado muy mucho si escribir mis reflexiones a propósito del internacional juego del balompié. Y ahora que, por fin, los medios ya no hablan tanto de fútbol tras la apeada de la selección española del Mundial, voy a hacerlo yo. Lanzo mi saque de esquina, a ver si va en la buena dirección.

Confieso que de fútbol entiendo, o al menos entendía, cuando hace ya unos añicos no me perdía ni un partido del Real Zaragoza. Estoy hablando de cuando Pardeza, Belsué, Aguado, Cáceres, Nayim, …y Esnáider, sí, mi querido Juan Eduardo que tantas alegrías me daba. Porque me gustan las personas con genio, garra, sangre caliente y espíritu guerrero aunque a veces yerren o pierdan el norte. Yo sólo veía partidos por televisión “al calor del amor en un bar”, pues no he pisado la Romareda salvo para ver algún gran concierto, al papa Juan Pablo segundo “te quiere todo el mundo”, y sí, una vez a un partido R Zaragoza-Valencia FC, al que mi padre se empeñó en llevarme, siendo él valencianista, y con asientos en la zona del Colectivo. Encima, el equipo de mis amores perdió ante un insolente Cañizares. Adrenalina a tope para poder salir del estadio con asientos y megáfonos volando a diestro y siniestro. No me van ese tipo de emociones.

Disfrutaba más y mejor atendiendo a las jugadas futboleras en pantalla, rodeada de gente coherente, parsimoniosa, fumadora y risueña, que alucinaban un poco oyéndome comentar los entresijos del partido a viva voz, quejándome de una falta mal pitada por el árbitro, animando a que el delantero realizara la jugada 1-2 para marcar gol, gritando el fueradejuego antes que el locutor, aventurando un resultado de empate, o mil cosas más que incluso hizo que un día el entrenador de un equipo local quisiera ficharme como su segunda, y no es broma.


Así pues, tengo un criterio personal bastante definido respecto a lo que le ha ocurrido a España en Qatar, y eso que no he visto un solo partido porque hace tiempo que no me interesa este ‘deporte’ de masas. Detengámonos en la liga de fútbol española. ¿Cuántas figuras, de ésas que juegan bien y brillan en sus equipos cual estrellas, muy muy bien pagadas, son nacionales? Ah, que no, que son fichajes estelares argentinos, brasileños, africanos, croatas, japoneses… Ah, que llega el Mundial y, aunque algunos tengan doble nacionalidad, se mueren por jugar representando a su país con el corazón en el pecho. Ya. Entonces ¿qué puede esperarse de unos jugadores españoles, elegidos por el seleccionador, cada uno de una provincia, cuya experiencia en sus equipos consiste en la de ser mera comparsa del astro carísimo extranjero? La juventud y esa ilusión frenética por jugar en un mundial puede ser un punto positivo, sin duda, a aportar en un primer encuentro clasificatorio, donde también influye la ‘suerte del principiante’: euforia. En el segundo, ya debe primar el grado de profesionalidad y compenetración: regular… En el tercero, la confianza ante un rival supuestamente más débil condena al despiste: mal. Y en el cuarto y definitivo, surgen los nervios y el fantasma de la derrota, aflora la falta de experiencia, la inseguridad y el miedo: fracaso y adiós. Es de manual. Se puede aplicar a muchos aspectos de la sociedad, al margen del fútbol: la educación, la sanidad, la investigación, la política. Si se pretende destacar o brillar con marca España, la inversión y el apoyo a la gente, colectivos y empresas del país es fundamental. Formar a profesionales para convertirlos en expertos en su materia, seleccionar a los mejores, hacer equipo y dotarlos de medios para que sigan creciendo y facilitar su labor en la tierra que les vio nacer es la filosofía a practicar, la única garantía para triunfar y seguir creyendo en ‘lo nuestro’. Si es eso lo que se pretende. Agua clara.

[Imagen: "País", poema visual de Joan Brossa, 1988]

10/12/2022

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