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Vuelve cuando quieras


Hay una especie en el mundo animal que no deja de sorprenderme. Ya escribí una columna sobre ellos en abril del pasado año. Pero la historia gatuna continúa.

Umeboshi fue una linda gatita, cuyo relato vital dejé en el punto de su gran panza por embarazo y la compañía de su hermano Canelo, que hizo amorosamente de fiel acompañante y cuidador. Pues, como estaba previsto, dio a luz a unas cuantas crías y a los pocos meses otras tantas, de las cuales, hoy están presentes dos gatas: Cati y Lula. Mocetas provenientes una de cada camada, se llevan unas doce semanas. Tras la ausencia de su madre, tío y resto de familia, ambas se han comportado como modelo de hermandad, queriéndose, turnándose en la caza de conejos, alimentándose, cuidándose y saliendo de farra por los ribazos. Todo en común, hasta tal punto, que han quedado preñadas a la vez. Me preguntaba de cuál de todos los señoritos gatos rondadores se prendaron, pero hoy lo tengo claro: su propio padre.

El caso es que Cati, la mayor, parió la semana pasada, silenciosamente. Su hermana Lula la observaba, un poco de lejos, en soledad, respetando el momento íntimo y nuevo, como para aprender lo que en breve ocurriría con su barriga y cómo tendría que actuar después. Justo a los tres días sucedió. Lo sorprendente del asunto es que fue en el mismo lecho donde ya reposaba Cati amamantando a su trío de cachorrillos. Es una caja con paja, muy bien acondicionada y cómoda para una parturienta gatuna, mas ¿para dos? Hay mucho espacio en el cubículo que un día fue conejera y ahora almacén de herramientas y hogar gatuno, a buen recaudo de inclemencias del tiempo. Por supuesto, también hay más cajas donde reposar. Pero, es tal la sintonía con su hermana, que Lula decidió que prefería el calor comunitario.

Y así me las encontré: un revoltijo organizado comprendiendo dos mamás acurrucadas con siete retoños sorbiendo de no se sabe qué teta, en perfecta comandita. Un ovillo de leche y amor. Casi se me saltan las lágrimas. No sé si las madres han decidido olvidar qué minino es de quién; y tampoco si las crías identifican a su madre original. Lo que sí he podido comprobar es que incluso se van turnando a la hora de estirar las patas y darse un garbeo. Mientras una lo hace, la otra se queda en el mamatorio responsabilizándose de procurar el alimento lechoso a toda la prole. Cuando ambas deciden andar libres un ratillo porque la camada duerme y yo aprovecho para echar una ojeada y comprobar que están todos bien, ellas se hacen carantoñas mil. Creo que se sienten orgullosas la una de la otra y se lo demuestran. De verdad que flipo cada día con esta situación.

Mi relación con esta especie es de simple acogida. El que siente mi terrenico como su hogar se queda y comparte vida con unas gallinas y un gallo. Cuando quieren se van, son libres. A todos les ofrezco alimento. Los gallináceos me corresponden con huevos, unos buenos cacareos, ausencia de gusanos y muchas risas. Los felinos me proporcionan ternura a raudales, hacen limpia de ratones, me provocan algún arañazo cariñoso y, sobre todo, incontables momentos placenteros que me enseñan lo simple y hermoso de la vida.

Sé que cualquier día se marcharán. Por eso, cuando me acerco a darles ‘mimicos’, les susurro como a los petirrojos: Y, ya sabes, vuelve cuando quieras.

[Imagen: Susan Herbert]

7/5/2022

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